Cuando la marcha (hasta la huida, ¡perdón!)
a Finis
Terra se vuelve indispensable.
Las paredes nos avanzan. O,
bueno, los caballetes que nos invaden espacios que no les eran hasta hace poco
propios. Y los cachivaches de papel
trepan y ocupan los muebles que tenían otra finalidad; avanzan, avanzan,
avanzan… ¿Cómo decía ese viejo slogan publicitario? ¿Qué el verdadero lujo era el
espacio? Qué mal vamos.
Recuerdo
haber gritado alguna vez: ¿a dónde querés
que vaya?, frustrada por la cantidad de bagaje que ya había acumulado. No sos
un árbol, sentenciaste entonces, odioso, recalcando mi carencia de raíces reales. Pero tenía entonces (y ni te digo ahora) las ramas con demasiado colgajo. Ocupo mucho espacio, ¡muchísimo!, es un hecho
indiscutible. No puedo costearme ni la
mudanza ni el alquiler. Finis
Terra deberá venir a mí porque este Mahoma no puede llegarse a la
montaña ni disfrazado de ekeko.
-Seamos prácticos- me desafía, pero me
distraigo porque el café frío de Martinez
no es el frappuccino que me gusta y vuelvo a tratar de adivinar por qué
no hay un Starbucks en Lanús, ¡si me lo merezco! El sigue
hablando, demostrándome en teoría las ventajas de irme con mis bártulos (reducidos, obviamente, hay que ser sensatos)
a otro lugar. Y vivir estratégicamente,
haciendo lo que conviene, estructurando los negocios con lógica de
negocio. Hacer, como se dice, las cosas
bien. No a mi manera, no hacer por hacer, no jugar a jugar.
Pero me sigue faltando café y postergo decisiones. Sí, puede ser, entiendo que sí, prometo
pensarlo mañana. Tal vez. Que difícil todo cuando
uno es como es y tiene tanto equipaje a cuestas. Eufemística y literalmente hablando.
Post
data: En este creciente descontrol, hasta la pobre Cati tiene que compartir sillón con Scooby… No hay respeto por nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario