sábado, 12 de enero de 2019




































     Cuando la marcha (hasta la huida, ¡perdón!) a Finis Terra se vuelve indispensable.  Las paredes nos avanzan.  O, bueno, los caballetes que nos invaden espacios que no les eran hasta hace poco propios.  Y los cachivaches de papel trepan y ocupan los muebles que tenían otra finalidad; avanzan, avanzan, avanzan…  ¿Cómo decía ese viejo slogan  publicitario? ¿Qué el verdadero lujo era el espacio?  Qué mal vamos.



















     Recuerdo haber gritado alguna vez: ¿a dónde querés que vaya?, frustrada por la cantidad de bagaje que ya había acumulado.  No sos un árbol, sentenciaste entonces, odioso, recalcando mi carencia de raíces reales.  Pero tenía entonces (y ni te digo ahora) las ramas con demasiado colgajo.  Ocupo mucho espacio, ¡muchísimo!, es un hecho indiscutible.  No puedo costearme ni la mudanza ni el alquiler.  Finis Terra deberá venir a mí porque este Mahoma no puede llegarse a la montaña ni disfrazado de ekeko.












     -Seamos prácticos- me desafía, pero me distraigo porque el café frío de Martinez no es el frappuccino que me gusta y vuelvo a tratar de adivinar por qué no hay un Starbucks en Lanús, ¡si me lo merezco! El sigue hablando, demostrándome en teoría las ventajas de irme con mis bártulos (reducidos, obviamente, hay que ser sensatos) a otro lugar.  Y vivir estratégicamente, haciendo lo que conviene, estructurando los negocios con lógica de negocio.  Hacer, como se dice, las cosas bien. No a mi manera, no hacer por hacer, no jugar a jugar.












    Pero me sigue faltando café y  postergo decisiones.  Sí, puede ser, entiendo que sí, prometo pensarlo mañana. Tal vez.   Que difícil todo cuando uno es como es y tiene tanto equipaje a cuestas.  Eufemística y literalmente hablando.





















      Post data: En este creciente descontrol,  hasta la pobre Cati tiene que compartir sillón con Scooby…   No hay respeto por nada.




















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