Detalles.
Es difícil de explicar por qué son tan importantes los detalles. El conjunto de esos nimios, fastidiosos,
presuntamente intrascendentes detalles es en definitiva la obra.
Cuento con varios hermosos libros de
cartografía antigua, bellamente ilustrados, con reproducciones fidedignas a sus
originales. Las joyas de mi biblioteca. Pero no son suficientes y, como ahora, me
encapricho con un mapa en particular al que solo accedo por internet. Pésimas imágenes, pixeladas, que me impiden
entender acabadamente algunos textos y, sobre todo, los nombres de los
ríos. Y me desespero. Necesito poder leer lo que voy a reproducir,
aun cuando en mi grafía tampoco se entienda para el espectador. Pero yo tengo que entenderlo. Y no puedo.
Agoto recursos tratando de conseguir otras imágenes
o mayor data contemporánea para
descifrar el original, pero no lo logro. Esos detalles me
desquician. Un par de líneas (pequeñas, muy pequeñas) que no alcanzo a
traducir las trazo en mi versión manifestando mi frustración; escribo: no sé
qué estoy poniendo porque no lo alcanzo a leer. Desde lejos, en conjunto, pareciera que el
original y mi dibujo dicen lo mismo (mismo
trazo, mismo espacio, similares ondulaciones). Pero no.
No dicen lo mismo, lo mío es una queja, vaya a saber dios que dice el
original. Detalles. Se nos va la vida -y el buen humor- en los detalles.
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