Se dice que el estilo de un artista es el
cúmulo de sus errores habituales. Yo
creo que en realidad el estilo personal es el constante y evidente fracaso al
intentar solucionar esos errores que se sabe cometer y contra los que empeñamos
toda la vida. El triunfo del error es el estilo, ese sello
superior a la voluntad creativa, ese sino que se nos impuso al nacer.
Uno de esos errores que me reconozco e intento
combatir, es mi tendencia al exceso. Siempre
incurro en más de lo necesario y conveniente.
Mucho de mucho, el más es más
que es definitivamente demasiado.
Una de las formas en que intento aminorar
ese fallo es priorizando imágenes. Sí,
abarroto la superposición, pero al menos tengo la (ingenua) intención de poner orden de
prioridad entre ellas. Que lo logre a veces
implica que esa obra se entienda, que pueda contar algo, que no agobie al
espectador. En el proceso, como en este
caso, tanta cosa me comió a la imagen femenina central por lo que tengo –si quiero
salvar la obra- rescatarla del caos.
¿Cómo? No puedo con el color, el
papel artesanal absorbe más de lo esperado y aplasta las tonalidades. Necesito unificar la base y sellarla para después
poder despegar hacia arriba (o adelante, según se vea) el torso de mi dama. Volvemos
a recurrir a la laca.
Está el riesgo que el laqueado arrastre lo
hecho, que ensucie, borronee la tinta, lo estropee todo. Pero sin riesgo no hay victoria así que
avanzamos por ese lado.
Una vez seco casi estaré obligada al óleo
o a los esmaltes ya que la adherencia del soporte se volvió más exigente. Veremos que sale.
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