"Cuando un creador decide dedicarse al arte como profesión y vivir de su
trabajo, ha de saber –y todo artista real lo presiente– que está arriesgando su
vida entera, y sólo él va a ser responsable de ello. El valor es, pues, desde
el principio, un ingrediente imprescindible en el mundo del arte.
Sólo una persona madura debería asumir una decisión así… hay miles de
artistas vagando por Nueva York, Londres, Berlín o cualquier otra ciudad del
mundo en busca de una oportunidad para exponer sus trabajos o encontrar a
alguien que les represente, les ayude, o les dé una oportunidad. Un 80% de
ellos no lo conseguirán, y la inmensa mayoría no tendrá fuerzas para abandonar
y dedicarse a otra profesión. Aun así,
la vocación artística desafía todas las razones y la Razón misma; lo ha hecho a
lo largo de los siglos y seguirá haciéndolo, con las peculiaridades de cada
época.
Todo arte que trasciende, que está llamado a perdurar en el tiempo, que
es y ha sido capaz de emocionar al hombre antiguo, al medieval, al
renacentista, al moderno o al contemporáneo, es un arte que viene de la
necesidad sincera y apasionada del creador de contar al mundo “su” mundo; desde
una vivencia subjetiva y por tanto única. La creación artística le va a exigir,
por tanto, una verdadera entrega de sí mismo en el sentido más literal y trágico
de la palabra. Para llegar a conseguirlo va a necesitar de muchos atributos,
pero sobre todo de una enorme fe y lealtad hacia sí mismo, de su forma de estar
en el mundo y, por lo tanto, de “verlo” y del valor para enfrentarlo y, a
veces, confrontarlo.
Insisto: ningún arte que no sea sincero, que no provenga de otro lugar
que no sea la experiencia personal y la memoria vital del artista, conseguirá
trascender. Si el artista no es fiel a sí mismo, a su “verdad”… si le falta
valor, no será capaz de crear un espejo en que el espectador pueda verse a sí
mismo, a “su” mundo, y hacer que surjan en él emociones y pensamientos que no
solamente le muevan, sino que le conmuevan, es decir, que le hagan sentir su
propia vida con una intensidad nueva o renovada. El arte es tanto más importante cuanto más
capaz es de producir esta catarsis, esta conmoción del alma. Siempre que
alguien contempla una obra maestra de forma curiosa y abierta, valiente, se da
esa conversación única, profunda y sincera entre el creador, la obra y el
espectador.
El ejercicio de la creación viene –y sólo puede venir– de un acto de
generosidad del artista hacia los otros, con quienes desea y necesita compartir
su experiencia vital y transcendental en el mundo. Creo sinceramente que los
que amamos el arte amamos apasionadamente la vida, tanto que queremos
enriquecer la propia a través de la experiencia de otros, depositada, en el
caso del artista, en sus obras. Puede que el arte no haga la propia vida más
larga –yo no puedo afirmarlo–, pero desde luego puede hacerla más ancha, más
profunda y más presente. Y, repito, eso también requiere valor, como el de
cualquier aventura en la que nos embarquemos.
(…) El artista honesto, el único realmente posible, asume ser parte
esencial de la memoria sentimental de su tiempo.
(…) para los que trabajamos en el mercado del arte es un acto de coraje
asumir la enorme responsabilidad de implicarse en la salvaguarda de la dignidad
de la obra y del respeto al artista y al espectador. La responsabilidad de no
convertir la obra de arte en una mera mercancía, un objeto de consumo sin más. (…)"
Carmen Reviriego, El arte, una actividad sólo para
valientes
Diciembre 27, 2016 para Forbes México
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