jueves, 6 de febrero de 2020








     En mi trabajo civil, el que me provee de los medios para vivir y para seguir pintando, abuso  a diario de las palabras.  Escribir es lo que me mantiene y podría afirmar que, ciertamente, cobro por palabra.   Con mi natural  tendencia a la exageración es bastante común que lo que puedo solucionar con una frase lo haga con dos docenas de párrafos robustos.  Lo mío es componer una biblia (apócrifos incluidos) como explicación para lo que sea.


     De este lado de mi vida, en el arte, cada vez más lo breve e impactante es lo que se impone.  Los statement (nuevo leitmotiv de moda) no pueden exceder las 100 palabras, los resume no más de las quinientas.  Si antes nos decían que la capacidad de atención continua no supera los 40 minutos, en los tiempos digitales el déficit de atención ataca tras los primeros 30 segundos.  Todo debe ser un flash, la información debe ser leída entre parpadeo y parpadeo.  La demora en la lectura es abandono del contenido. Brevetatis causae, por mandato de síntesis, dejo la cuestión acá.








     Me puse como tarea no pasarme de 150 palabras en la explicación que habré de remitir junto con mis Postales de Finis Terra a sus eventuales destinatarios.  En ese restringido texto debo explicar de qué se trata este juego.  Llevo varios días tachando en un papelito una frase innecesaria, aquella palabra redundante, viendo de qué modo decir lo mismo con mucho menos.  Mi meta es reducirlo todo a su más mínima expresión, pero condicionada por esta necesidad de que el interlocutor entienda.








     En eso estoy, con mi papelito, tachando y corrigiendo.  No me he puesto plazo para comenzar a remitir las primeras postales, así que me voy a tomar el tiempo que haga falta para poder contar –de modo coherente y entendible pero muy muy breve- de que se trata todo esto...
















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