Tercer día de cuarentena. Pintar al óleo, en caballete y con luz
natural, es pintar. Reconozco
que todo lo otro que hago son formas camufladas de dibujar. Casi siempre estoy dibujando, con tinta, con
grafito, acuarela o acrílico. Simulo
otra cosa, hago como si, pero sigo dibujando.
Sólo cuando vuelvo al óleo realmente estoy pintando.
Se siente distinto, se siente REAL. Pintar implica dejar la razón de lado y
permitir que los sentidos tomen el control.
Se siente el color con el estómago, la forma con la vibración del pincel;
cuando logramos ese detalle, ese mínimo efecto, cuando hicimos algo bien, un
escalofrío nos recorre la columna vertebral y sabemos que el universo todo
tiene un sentido. Pintar no es un
concepto, pintar es algo absolutamente físico.
Por supuesto que pintar implica un
compromiso mucho mayor al que requiere el enredase con líneas y color. Y estos días donde todo está patas para arriba
entregarse a un juego comprometido es casi un mecanismo de defensa.
Los angelitos -que me gustaban mucho en
tinta en gel- me han entretenido toda la mañana. Pedían un relieve, una intensidad, un
redefinirse en tierras sombras, que no pude desoír.
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