Mientras que acá se oficializó una
cuarentena de 101 día bajo augurio de continuidad, allende los mares empieza a
reencontrarse la normalidad programándose muestras físicas desde mediados
de julio próximo en adelante.
Independientemente de si esos proyectos podrán realizarse o no a
voluntad del dichoso virus, al menos es una brisa de esperanza que empieza a
correr suavemente y que nos acaricia el alma.
Empiezan los problemas logísticos para que las obras puedan trasladarse
pese a las (algunas absurdas) restricciones que son muy del gusto de los
gobernantes de turno. Que la prohibición
de salir salvo actividad esencial (discutible, para algunas de mis obras es esencial
IRSE de acá), que los horarios, que la cantidad de cuadras que puedo
caminar, que el barbijo y el alcohol en gel, que si me ducho en lavandina. Veo por la televisión a multitudes de
políticos yendo de acá para allá, a los abrazos y besos, amuchados para la selfie,
y no encuentro razón para que existan reglas distintas para ellos y para mí. Igualdad ante la ley creo que se llamaba
antes, cuando no existía la excusa de la pandemia para avasallar los derechos
constitucionales de las personas.
Que
cierto resulta que es el miedo el que permite la opresión de los tiranos, el
abuso del poder y la existencia de los gobiernos inútiles. Y también que el miedo dura un tiempo y
después la pulsión de vida (y de normalidad) se impone por sobre todo lo demás. Algunos estúpidos, intencionados políticamente
o por puro alarde de su estupidez, quieren crear la dicotomía de vida o muerte
censurando a aquellos que pretendemos poner el sentido común y la
responsabilidad personal como rectores de la recuperación de la vida
cotidiana. Se trata de hacerse cargo
como individuos pensantes de prioridades y riesgos.
De protegernos y proteger a nuestro entorno sin por eso renunciar a la vida digna y real
que hemos escogido y por la cual aceptamos pagar el costo necesario. No se en que momento se entendió que íbamos a
renunciar dócilmente a todo por decisión de un gobierno al que no le tenemos
ninguna confianza (y con cuanta razón!).
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