viernes, 25 de diciembre de 2020

 


              ¿Hablamos del  proceso creativo?   Pero del proceso creativo en serio, de esa cadena -lógica o no- de acciones que encierran contenidos intencionales del artista en el camino de componer una obra.  No un tutorial de YouTube.  No desparramar pintura con un tarrito y zarandear el bastidor para que se esparza y ¡listo! Arte Abstracto para el living, en colores que combinan con los almohadones del sofá. Que día tenemos…   Navidades en pandemia y exceso del alcohol para mitigar distancias, combo fatal.

 

      El proceso creativo decíamos, como compromiso de vincular la intencionalidad personal con la creación de un algo con significancia (la que sea) para llegar y comunicar con el otro.  El proceso creativo como la vida real en acción de un artista.   O algo así.  Se me pasa el fastidio y reconozco que muchas de esas acciones tienen un contenido poco épico, más de la logística diaria y, en mi caso, del aplicar cotidiano del “es lo que hay” y “lo atamos con alambre”.  O con cinta de papel.

 

     En mi escasez de papel y lo carísimo que se ha vuelto el de calidad, me veo limitada a un block de bocetos.  Pero quiero hacer algo más grande y entonces en vez de salir a comprar una hoja 50x70 centímetros decido usar dos hojas pequeñas que, momentáneamente, uno con cinta de papel.











 

     Hecho, tenemos el tamaño que queríamos.  Trazo las líneas de una vieja postal italiana de siglo y medio para atrás.  Quiero trabajar texturas en la ropa dejando un poco de lado el rostro y la piel.  Me amenazo minimizar las cruzas y las inserciones absurdas.  Necesito entretenerme, pues, con un vestido recargado.  Perlas, cintas y encajes para jugar mis juegos de exceso.





















 

     Tras acentuar todo con un poco de acuarela vuelvo a separa las hojas.  Adios cinta de papel, agradecida por la asistencia.   Momento de que intervenga el fuego.   ¿Por qué quemar el papel?  Primero, porque voy a adherirlo a un papel color y necesito reducir el blanco innecesario.  Porque donde dejo el papel blanco necesito que el soporte se introduzca de prepo.  Fusionar los dos soportes.  Los huecos que deja la llama son una ventana  abierta que entrecruza los dos mundos.






















 

     ¿Pero por qué con fuego?  ¿Por que no sencillamente recortar el exceso de papel?  Porque no sería divertido.  Porque el fuego implica un riesgo, un alea, ese vector incontrolable, ese desafío a arriesgarse al todo o nada, a que se arruine por completo  o que surja esa línea, ese color, ese relieve que justifique toda la obra.  El fuego aporta sorpresa, imprevisión, vulnerabilidad e intensidades en las sombras.  El fuego es lo que torna cada obra  irrepetible: imposible volver a reproducir el resultado.  El fuego es hacedor de originalidad.  Uno solo, exclusivo y único.  Sin copias ni plagios posibles por acá. 




















 

 

   “Me duele tanto el alma de extrañarte que se me hizo un agujero en mitad del pecho…” podría plañir la dama del retrato a causa del encierro y la distancia obligada por esta peste interminable.  Podría, supongo.  Nos pasa a tantos por estos días...

 























 


     Dejamos de lado sentimentalismos varios y vamos con una lámina de un verde inglés, intenso y sobrio, para adherir las dos piezas y formar otra vez una sola imagen blanca y chamuscada.  











 


 

     Seguiremos.










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