¿Hablamos del proceso creativo? Pero del proceso creativo en serio, de esa
cadena -lógica o no- de acciones que encierran contenidos intencionales
del artista en el camino de componer una obra.
No un tutorial de YouTube. No
desparramar pintura con un tarrito y zarandear el bastidor para que se esparza
y ¡listo! Arte Abstracto para el living, en colores que combinan con los
almohadones del sofá. Que día tenemos… Navidades en pandemia y exceso del alcohol
para mitigar distancias, combo fatal.
El
proceso creativo decíamos, como compromiso de vincular la intencionalidad personal con la
creación de un algo con significancia (la que sea) para llegar y
comunicar con el otro. El proceso
creativo como la vida real en acción de un artista. O algo así.
Se me pasa el fastidio y reconozco que muchas de esas acciones tienen un
contenido poco épico, más de la logística diaria y, en mi caso, del aplicar
cotidiano del “es lo que hay” y “lo atamos con alambre”. O con cinta de papel.
En
mi escasez de papel y lo carísimo que se ha vuelto el de calidad, me veo
limitada a un block de bocetos. Pero
quiero hacer algo más grande y entonces en vez de salir a comprar una hoja
50x70 centímetros decido usar dos hojas pequeñas que, momentáneamente, uno con cinta de
papel.
Hecho,
tenemos el tamaño que queríamos. Trazo
las líneas de una vieja postal italiana de siglo y medio para atrás. Quiero trabajar texturas en la ropa dejando
un poco de lado el rostro y la piel. Me
amenazo minimizar las cruzas y las inserciones absurdas. Necesito entretenerme, pues, con un vestido recargado. Perlas, cintas y encajes para jugar mis juegos de exceso.
Tras
acentuar todo con un poco de acuarela vuelvo a separa las hojas. Adios cinta de papel, agradecida por la
asistencia. Momento de que intervenga
el fuego. ¿Por qué quemar el papel? Primero, porque voy a adherirlo a un papel
color y necesito reducir el blanco innecesario.
Porque donde dejo el papel blanco necesito que el soporte se introduzca
de prepo. Fusionar los dos soportes. Los huecos que deja la llama son una ventana abierta que entrecruza los dos mundos.
¿Pero por qué con fuego? ¿Por que no
sencillamente recortar el exceso de papel?
Porque no sería divertido. Porque
el fuego implica un riesgo, un alea, ese vector incontrolable, ese desafío a
arriesgarse al todo o nada, a que se arruine por completo o que surja esa línea, ese color, ese relieve
que justifique toda la obra. El fuego
aporta sorpresa, imprevisión, vulnerabilidad e intensidades en las
sombras. El fuego es lo que torna cada
obra irrepetible: imposible volver a
reproducir el resultado. El fuego es hacedor
de originalidad. Uno solo, exclusivo y único. Sin copias ni plagios posibles
por acá.
“Me
duele tanto el alma de extrañarte que se me hizo un agujero en mitad del pecho…”
podría plañir la dama del retrato a causa del encierro y la distancia obligada
por esta peste interminable. Podría,
supongo. Nos pasa a tantos por estos
días...
Dejamos de lado sentimentalismos varios y vamos con una lámina de un verde inglés, intenso y sobrio, para adherir las dos piezas y formar otra vez una sola imagen blanca y chamuscada.
Seguiremos.
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