¿Para qué discuto? Decime, ¿para qué? Ya debería saber que cuando la moda es que la pancarta y el cliché entren por la puerta, el sentido común sale por la ventana. Lo triste es que dudo de su buena fe y más apuesto a la conveniencia política del momento. No habré de ser yo quien niegue la verdad absoluta del fondo de la cuestión, pero esa verdad es tan contundente y antigua que querer descubrirla ahora no sólo es anacrónico sino infantil. O cínicamente conveniente para armar un kiosquito de ocasión. A las pruebas me remito. “Ministerio de la mujer”. Somos un recurso natural escaso, el estado nos tienen que administrar. Claro.
Qué poco práctica soy. En vez de subirme a la ola del #MeToo (que ahora está cuarto entre los poderosos del arte -¿?- by la ArtReview) y autopercibirme víctima de alguna trapisonda patriarcal y/o colonialista -¿?- simplemente acoto que en mis primeros veintes ya pintaba y exhibía mujeres desnudas, las que trasladaba, sola, en camionetas de alquiler a todos los rincones de la ciudad. Y sí, reconozco que los circunstanciales choferes, invariablemente varones, me miraban raro. Con miedo, diría. Yo jamás envolví mi obra cuando la traslado en persona -más por dejadez que por exceso de confianza- y mis chicas sin ropa siempre fueron de llamar un poco la atención.
¿Me
discriminaron por ser artista mujer? No. ¿Discriminaron a mis chicas? Si, alguna vez las descolgaron. ¿Discriminación, pacatería o llana estupidez? Apuesto por lo último. De haber sido un artista hombre supongo
hubiera tenido los mismos conflictos puritanos. Pero ni dejé de pintar lo que quería ni de
intentar mostrarlo. Ni de ir por la vida
peleando de igual a igual sin esconder mi identidad ni victimizándome para
conseguir beneficios fuera de juego como los odiosos “cupos”. No, gracias, no me siento inferior a cualquiera
de mis congéneres humanos, no necesito reglas especiales por ser una “pobrecita”
“débil” “mujercita” incapaz de arreglármelas sola. Gracias, pero
no. No me da “pelear” por la igualdad, estoy
muy ocupada ejerciéndola diariamente.
¿Qué
se supone? ¿Qué me desdiga de mi vida? ¿Y de mi obra? ¿Hay que hacerse la víctima para conseguir
beneficios? Sí, ya se. No me cantes Cambalache, “el que no
llora no mama y el que no afana es un gil…” , que cantás horrible y desentonás. Todo es tan viejo y desangelado.
El movimiento pendular de la evolución humana: un casillero para adelante, cincuenta para
atrás. Alguien gana, claro, siempre hay
alguien que gana y, decididamente, no es el mejor sino el más tramposo.
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