lunes, 8 de febrero de 2021

 





         





      El mundo digital se vuelve asfixiante.  No sólo son las muestras virtuales, convocatorias por todos lados -aranceladas o no- para ser parte de exhibiciones colectivas en la web, todas, me temo, bastante parecidas entre sí y con la escasa visualización de los participantes y sus allegados cercanos.  Demasiada oferta, todo bastante unificado a lo que venimos viendo el último año, nada muy original o suficientemente atractivo.  Hay que sumarle los cursos múltiples, las jornadas en línea de coaching, los libros y podcast sobre como ser un artista de éxito, de cómo vender on line, plataformas y más plataformas para conformar un mundo del arte paralelo y plano.  Un bombardeo constante donde a cambio de un mínimo pago cualquier artista puede aprovechar el encierro para alcanzar la gloria.  Agobiante.  Y como en el mundo real en este también todo es bastante falso. 









 

     En el encierro seguimos seleccionando los pasos a dar, mutando del entorno físico al digital, pero con reglas bastantes similares.  Reglas dudosas que colocan al artista siempre en desventaja, debiendo hacerse cargo de gastos y riesgos, enloqueciendo ante los nuevos requerimientos que obligan a adaptarse a toda velocidad o quedarse afuera.  Archivos de imagen de peso reducido, digitalización de propuestas con videos explicativos, llevar a PDF todo el portfolio de antecedentes, guardar dossiers en la nube y renombrar fotos según el requisito de cada convocatoria.  Mucho trabajo, aprender, descifrar, comprender como funciona esta nueva dimensión, tratar de decantar lo que vale la pena de lo que no para no desperdiciar el escaso tiempo que nos queda en este desquicio colectivo. Lo dicho: agobiante.  Y sin ningún manual de uso a mano…



















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