Como si ya no tuviéramos suficientes
males, esta semana nos ha tocado presenciar el escandalete (patético) del
ostensible y mediocre plagio de una artista abiertamente militante y protégé
del signo político de turno y de su amparo por un “museo” de dudosa
seriedad. Todo un espanto por lo normal
y habitual que resulta por estos lados. Y para colmo de los colmos, oír una defensa sostenida
en la supuesta persecución “patriarcal” que la estigmatizaba por “mujer”. Si, si, claro. Las indefensas mujercitas no podemos
avanzar en el mercado del arte por el mero hecho de ser mujer. O de plagiar (y soy quien ha titulado a toda
una serie como “Plagiaria”… o sea… “lo que yo diga ahora de ti, lo digo de mi”,
parafraseando a Walt Whitman).
Un bochorno todo. El horror evidente de la obra, el impresentable seudo
museo que permite la cuelga de semejante esperpento, el respaldo dialéctico de
quienes en la defensa se tildan curadoras e historiadoras de arte
(con “a”, en su estereotipo feminista de pancarta), también bajo
sueldo político; el cachivache general a vista de un público ajeno al métier
y que termina -¡razonablemente!- considerando
que todo lo vinculado con el arte y sus hacedores es igual de mediocres y oportunistas. Vergonzoso.
¿Cómo se llega a esto? Así, como se vive en este país en todos sus
planos. Sin seriedad, sin ética, sin
valoración de otro mérito que ser “amigo” (adlátere, afiliado o militante) del
poderoso de turno. ¿Calidad? ¿Qué es eso?
¡Qué tontería perder el tiempo priorizando la coherencia, la identidad y la
honestidad de la obra! Sigamos la
corriente hoy y mañana ya veremos.
Podemos adecuar rápidamente nuestra visión creativa para el lado que
sople el viento siempre y cuando nos convenga,
total, estas son nuestras convicciones, si no le gustan tenemos otras, Groucho
dixit.
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