sábado, 26 de junio de 2021

 






     Como si ya no tuviéramos suficientes males, esta semana nos ha tocado presenciar el escandalete (patético) del ostensible y mediocre plagio de una artista abiertamente militante y protégé del signo político de turno y de su amparo por un “museo” de dudosa seriedad.  Todo un espanto por lo normal y habitual que resulta por estos lados.  Y para colmo de los colmos, oír una defensa sostenida en la supuesta persecución “patriarcal” que la estigmatizaba por “mujer”.  Si, si, claro.  Las indefensas mujercitas no podemos avanzar en el mercado del arte por el mero hecho de ser mujer.  O de plagiar (y soy quien ha titulado a toda una serie como Plagiaria… o sea… “lo que yo diga  ahora de ti, lo digo de mi”, parafraseando a Walt Whitman).















 

     Un bochorno todo.  El horror evidente de la obra, el impresentable seudo museo que permite la cuelga de semejante esperpento, el respaldo dialéctico de quienes en la defensa se tildan curadoras e historiadoras de arte (con “a”, en su estereotipo feminista de pancarta), también bajo sueldo político; el cachivache general a vista de un público ajeno al métier y que termina -¡razonablemente!-  considerando que todo lo vinculado con el arte y sus hacedores  es igual de mediocres y oportunistas. Vergonzoso.






 


     ¿Cómo se llega a esto?  Así, como se vive en este país en todos sus planos.  Sin seriedad, sin ética, sin valoración de otro mérito que ser “amigo” (adlátere, afiliado o militante) del poderoso de turno.  ¿Calidad?  ¿Qué es eso?  ¡Qué tontería perder el tiempo  priorizando la coherencia, la identidad y la honestidad de la obra!  Sigamos la corriente hoy y mañana ya veremos.  Podemos adecuar rápidamente nuestra visión creativa para el lado que sople el viento siempre y  cuando nos convenga, total, estas son nuestras convicciones, si no le gustan tenemos otras, Groucho dixit.
















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