domingo, 13 de junio de 2021







     Y entre tanto caos externo, ingobernable y angustiante, vayamos a un ordenado caos interno, prolijo y grato.  La tinta es la herramienta perfecta; el papel alterado por el fuego y el agua, los quiebres y chamuscados, ese desorden irregular que acomodamos con la línea, le da sentido al universo.  No, le sigo discutiendo desde hace siglos (desde el siglo XX al menos), no sólo a óleo y empaste con espátula tosca se logra textura.  La tinta suave, que se arrastra, que se funde, sobre una superficie que se alteró en los contratiempos irresponsables del juego, también logra esos relieves y brillos que te dice cosas distintas según el ángulo que los mires.  Al menos yo los veo.  La obra muta cuando le caminás alrededor.








     Pero no hay mucho sentido en el debate.  Posturas irreconciliables de pintor de mano suelta y trazo indiferente contra dibujante obsesivo de línea rígida y controlada.  Me insiste que el dibujo “no tiene tantas posibilidades”.  Yo no le discuto, estoy demasiado entretenida en arrastrar con una lapicera de punta seca restos del hollín del papel quemado para hacer una barrito suave con la tinta blanca que todavía no se absorbió sobre la tinta negra ya fija en el papel.  El color (texturizado) que queda del mejunje es encantador.  




 

































































































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