Y entre tanto caos externo, ingobernable y
angustiante, vayamos a un ordenado caos interno, prolijo y grato. La tinta es la herramienta perfecta; el papel
alterado por el fuego y el agua, los quiebres y chamuscados, ese desorden
irregular que acomodamos con la línea, le da sentido al universo. No, le sigo discutiendo desde hace siglos (desde
el siglo XX al menos), no sólo a óleo y empaste con espátula tosca se logra
textura. La tinta suave, que se
arrastra, que se funde, sobre una superficie que se alteró en los contratiempos
irresponsables del juego, también logra esos relieves y brillos que te dice
cosas distintas según el ángulo que los mires.
Al menos yo los veo. La obra muta
cuando le caminás alrededor.
Pero no hay mucho sentido en el
debate. Posturas irreconciliables de
pintor de mano suelta y trazo indiferente contra dibujante obsesivo de línea rígida
y controlada. Me insiste que el dibujo “no
tiene tantas posibilidades”. Yo no
le discuto, estoy demasiado entretenida en arrastrar con una lapicera de punta
seca restos del hollín del papel quemado para hacer una barrito suave con la
tinta blanca que todavía no se absorbió sobre la tinta negra ya fija en el
papel. El color (texturizado) que queda
del mejunje es encantador.
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