Seguimos en el encierro voluntario y en la
desesperación impuesta, presenciando a través de las pantallas los
descabellados despropósitos de quienes nos gobiernan, sumiéndonos en la más
profunda vergüenza. ¿Cómo llegamos a
esto? Supongo que la respuesta es obvia
(la sistemática destrucción del sistema educativo por parte de los políticos
y gremialistas de turnos, cómplices conscientes cuya responsabilidad reseñará
la historia), tan obvia como triste.
Así llegamos a esto.
Cada
vez es más difícil ponerle ganas a las cosas, sostener la (¿infantil?)
creencia de que, al final, se van a arreglar solas; que en algún momento la
normalidad volverá a imponerse, que recuperaremos la vida lo más próxima a la que
conocíamos y todo tornará a un sentido más ligado a la lógica. Pero ante el desfile de estúpidos que nos
vemos obligados a contemplar día tras día la convicción de navegar en el Titanic
se acentúa. Y no sólo no hay botes
salvavidas, en mi caso, tampoco se nadar…
No hay comentarios:
Publicar un comentario