viernes, 11 de junio de 2021

 







     Seguimos en el encierro voluntario y en la desesperación impuesta, presenciando a través de las pantallas los descabellados despropósitos de quienes nos gobiernan, sumiéndonos en la más profunda vergüenza.  ¿Cómo llegamos a esto?  Supongo que la respuesta es obvia (la sistemática destrucción del sistema educativo por parte de los políticos y gremialistas de turnos, cómplices conscientes cuya responsabilidad reseñará la historia), tan obvia como triste.  Así llegamos a esto. 









     Cada vez es más difícil ponerle ganas a las cosas, sostener la (¿infantil?) creencia de que, al final, se van a arreglar solas; que en algún momento la normalidad volverá a imponerse, que recuperaremos la vida lo más próxima a la que conocíamos y todo tornará a un sentido más ligado a la lógica.  Pero ante el desfile de estúpidos que nos vemos obligados a contemplar día tras día la convicción de navegar en el Titanic se acentúa.   Y no sólo no hay botes salvavidas, en mi caso, tampoco se nadar…

 


















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