Asumiendo mi absoluta negación de la
realidad, en los momentos en que en mi entorno políticos de dudosa calidad y aún
más baja educación ocupan todas las pantallas (en un despliegue obsceno de patética
mediocridad que causa vergüenza ajena) me vuelco a juegos inspirados
en las Artes Liberales.
Hecha Rhetorica sigo con las damas del Trivium y
empiezo a trazar Dialéctica.
El Trivium se compone de esas ars
clásicas con las que más me he identificado siempre, las tres vías de la
palabra. La Gramática, o el símbolo,
la palabra que nombra las cosas (en mi plano de realidad cotidiana, la lucha descarnada contra la tendencia de reducir el vocabulario cada día más); la Dialéctica,
o la lógica de enlazar esas palabras con sentido (¡el razonamiento!, ese fantasma de hoy llamado “comprensión de textos”) y la Retórica,
el uso compartido de esas palabras. Comunicar, le dicen ahora; yo
lo aproximo a la poesía. Decir estéticamente,
la belleza (tal vez vana) de la conversación.
Las Ars liberales tradicionalmente
se alegorizan con mujeres imponentes, como las musas, si, pero estas damas ostentan
el conocimiento y la prerrogativa de su transmisión. Protagonistas
incuestionables. Mis versiones son, quizá, algo más relajadas, pero aspiro a que
puedan trasmitir igualmente la gracia poderosa del saber y de la enseñanza
generosa.
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