¡Qué difícil todo! Si uno pudiera
liberarse de los condicionamientos rígidos que la vida nos impuso. Si fuera tan simple como levantarse una
mañana y decidir que ya nada nos importa y arrancar hacia adelante sin ningún
equipaje. Pero no hay manera. Los traumas infantiles colonizan nuestra
cabeza y cuanto más intentamos ignorarlos clavan bandera en primera línea y
dirigen el orden de las cosas.
Probablemente somos quienes somos precisamente
por el bagaje que arreamos a cuesta, pero la fantasía de deshacernos de él es
la constante que sostiene el agobio diario.
¿Cuánto se esconde en la obra? Difícil
decirlo, quiero creer que mi trabajo es libre de mi oscuridad, de esa intimidad
exclusiva que quisiera borrar pero se me cuela por horarios día a día. Esas
cosas de las que no hablo (y que, por tanto, no existen para mi entorno)
y que no deberían figurar en ningún lado.
Pero me pregunto a veces si no están ahí, si no soy quién las perdura porque son -pese a mi intensión de
olvido- el sostén invisible de mi obra.
Huyo hacia el color. Si.
Pero no deja de ser una huida. Y
huir no es irse. Finis Terra sigue
quedando demasiado lejos.
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