jueves, 13 de enero de 2022

 

Regreso a casa.  Resumen y balance I.





 

     Todo embalado y con la práctica de la ida, pegar la vuelta a casa fue -al menos en cuanto a la carga en el auto y el viaje hasta el puerto de Montevideo- más sencillo.

 

     Pero volver a la Argentina de estos tiempos -con un gobierno de inoperantes perversos tintos de un resentimiento cultural que los convierte en la caricatura grotesca de Les Assis de Rimbaud-  es un absoluto agobio.








 

     Con la excusa de la peste (y la sospecha que la causa real es la espantosa crisis económica en la que nos sumieron) cambiaron todo el procedimiento de arribo a los pasajeros que cruzan el Rio por Buquebus con auto en bodega.  Ahora hay que bajar del barco, pasar a pie por migraciones, volver a subir al barco, y recién descender a bodega para desembarcar con auto y equipaje.

 

      Este engorro de procedimiento genera una demora que arrastra a destiempo a todas las embarcaciones de la empresa. Habiendo abordado para zarpar 19:30 y atracar alrededor de las 21:40, terminé bajando del buque (para volver a subir después) pasadas las 11 de la noche.  Para colmo, ya en el auto para salir a Buenos Ares, una empleada de Aduanas me detuvo y pese a entregarle toda la resma de papel que me llevó imprimir  los expedientes de Aviso de Exportación Temporaria de Bienes Culturales de cada una de las obras, puso objeciones disparatadas de que me faltaba “un papel”.








       Reconozco que me puse muy enojada (era más de medianoche ya) y literalmente a los gritos argumenté que no faltaba nada, que ingresé por el portal Mi Argentina con mi clave fiscal (precisamente de AFIP, de quien depende Aduanas) para hacer el TAD (trámite a distancia) que funciona como ventanilla única; que si había un pase a alguna dependencia especifica (ella decía que me faltaba “un papel de Aduana”) el mismo expediente electrónico lo hacía y me indicaba requisitos a cumplir previo aprobación final.  Que yo recibí la Notificación al Ciudadano diciéndome que el Aviso de Exportación Temporaria estaba aprobado y que debía imprimir todas las fojas del expediente para exhibir al funcionario de Aduanas.  Lo que hice, pero ella no lo leyó (demasiadas hojas, ¡mucho trabajo!) solo lo sostuvo  en sus manos y siguió con que me faltaba “el papel de Aduanas”. 

     Saqué iracunda mi computadora para mostrarle el instructivo y la normativa que rige el asunto, pero no tenía internet en ese lugar (afuera del puerto, en un túnel de salida hacia la Ciudad) y ella no ofreció ir a una oficina a darme la oportunidad de demostrarle su error.  Ahí cambió su estrategia y empezó a argumentar que yo no había podido salir legalmente del país sin ese papel que ella decía.  Obviamente salí, por ahí mismo, autorizada por el empleado que estaba parado al lado de ella (que obviamente decía que no, ¡que él no se acordaba!, como si mi cachivacherío colorido de Arlequines apretujados en un asiento fuera fácil de olvidar). 

     Como soy de esas personas que guardan todo, tenía mi ticket de viaje de la ida, con sus sellos y constancias, y le puse delante de su cara la prueba irrefutable que yo salí legalmente de la Argentina, con toda la documentación en regla, y que como era una exportación temporaria, acá estaba volviendo con las cosas.  Traté de explicarle a la estúpida que el control por expolio de patrimonio cultural es a la salida del país, no al regreso de los bienes (¡ni que lo mío fuera tan valioso o importante!), que era más de medianoche y que estaba inventando un problema que no existía.

 







     Aclaro que a esas alturas yo estaba con un manifiesto ánimo beligerante que pedía que se animara a confiscarme las obras y generar un sumario, en el que iba a probar sin margen de dudas quién me autorizó la salida, que los expedientes de Avisos de Exportación se ajustaban a la ley vigente, que fueron a dónde dijeron que iban (exposición en Punta del Este que visitó personal de Cancillería y Embajada Argentina en Montevideo, que hay fotos y los pongo de testigos) y que volvieron en tiempo oportuno.  Que la ignorancia (¿o voluntad de pedir soborno?) de la funcionara me generó un concreto perjuicio de tiempo y salud mental al inventar obstáculos al ejercicio de mis derechos.  Creo que un poco se traslucía eso en mi conducta y en el volumen de mis gritos.  Puede que eso destrabara la cuestión.



















      Sin reconocer su sinrazón, con rictus de desprecio de funcionario público que cobra a fin de mes y hace paro cuando quiere hacia el ciudadano que considera su súbdito personal y ente inferior sin derechos, me dio el “siga siga” repitiendo que me faltaba el papel de Aduanas.  Entré a BAires en completo estado de furia.  ¿Qué te hicieron Argentina?  ¿Cómo permitimos que esta gente te convierta en tamaño esperpento?




Les assis
Arthur Rimbaud (1854-1891)

Noirs de loupes, grêlés, les yeux cerclés de bagues
Vertes, leurs doigts boulus crispés à leurs fémurs,
Le sinciput plaqué de hargnosités vagues
Comme les floraisons lépreuses des vieux murs ;

Ils ont greffé dans des amours épileptiques
Leurs fantasque ossature aux grands squelettes noirs
De leurs chaises ; leurs pieds aux barreaux rachitiques
S'entrelacent pour les matins et pour les soirs !

Ces vieillards ont toujours fait tresse avec leurs sièges,
Sentant les soleils vifs percaliser leur peau
Ou, les yeux à la vitre où se fanent les neiges,
Tremblant du tremblement douloureux du crapaud.

Et les Sièges leur ont des bontés : culottée
De brun, la paille cède aux angles de leurs reins ;
L'âme des vieux soleils s'allume, emmaillotée
Dans ces tresses d'épis où fermentaient les grains.

Et les Assis, genoux aux dents, verts pianistes,
Les dix doigts sous leur siège aux rumeurs de tambour,
S'écoutent clapoter des barcarolles tristes,
Et leurs caboches vont dans des roulis d'amour.

- Oh ! ne les faites pas lever ! C'est le naufrage...
Ils surgissent, grondant comme des chats giflés,
Ouvrant lentement leurs omoplates, ô rage !
Tout leur pantalon bouffe à leurs reins boursouflés.

Et vous les écoutez, cognant leurs têtes chauves
Aux murs sombres, plaquant et plaquant leurs pieds tors,
Et leurs boutons d'habit sont des prunelles fauves
Qui vous accrochent l'oeil du fond des corridors !

Puis ils ont une main invisible qui tue :
Au retour, leur regard filtre ce venin noir
Qui charge l'oeil souffrant de la chienne battue,
Et vous suez, pris dans un atroce entonnoir.

Rassis, les poings noyés dans des manchettes sales,
Ils songent à ceux-là qui les ont fait lever
Et, de l'aurore au soir, des grappes d'amygdales
Sous leurs mentons chétifs s'agitent à crever.

Quand l'austère sommeil a baissé leurs visières,
Ils rêvent sur leur bras de sièges fécondés,
De vrais petits amours de chaises en lisière
Par lesquelles de fiers bureaux seront bordés ;

Des fleurs d'encre crachant des pollens en virgule
Les bercent, le long des calices accroupis
Tels qu'au fil des glaïeuls le vol des libellules
- Et leur membre s'agace à des barbes d'épis.


Los sentados

Costrosos, negros, flacos, con los ojos cercados
de verde, dedos romos crispados sobre el fémur,
con la mollera llena de rencores difusos
como las floraciones leprosas de los muros;

han injertado gracias a un amor epiléptico
su osamenta esperpéntica al esqueleto negro
de sus sillas; ¡sus pies siguen entrelazados
mañana, tarde y noche, a las patas raquíticas!

Estos viejos perduran trenzados a sus sillas,
al sentir cómo el sol percaliza su piel
o al ver en la ventana cómo se aja la nieve,
temblando como tiemblan doloridos los sapos.

Los Asientos les brindan favores, pues, prensada,
la paja oscura cede a sus flacos riñones
y el alma de los soles pasados arde, presa
de las trenzas de espigas donde el grano cuajaba

Los Sentados, cual músicos, con la boca en sus muslos,
golpean con sus dedos el asiento, rumores
de tambor, del que sacan barcarolas tan tristes
que sus cabezas rolan en vaivenes de amor.

––¡Ah, que no se levanten! Llegaría el naufragio...
Pero se alzan, gruñendo, como gatos heridos,
desplegando despacio, rabiosos, sus omóplatos:
y el pantalón se abomba, vacío, entorno al lomo.

Oyes cómo golpean con sus cabezas calvas
las paredes oscuras, al andar retorcidos,
¡y los botones son, en su traje, pupilas
de fuego que nos hieren, al fondo del pasillo!

Mas tienen una mano invisible que mata:
al volver, su mirada filtra el veneno negro
que llena el ojo agónico del perro apaleado,
y sudas, prisionero de un embudo feroz.

Se sientan, con los puños ahogados en la mugre
de sus mangas, y piensan en quien les hizo andar;
y del alba a la noche, sus amígdalas tiemblan
bajo el mentón, racimos a punto de estallar.

Y cuando el sueño austero abate sus viseras,
sueñan, sobre sus brazos, con sillas fecundadas:
auténticos amores, mínimos, como asientos
bordeando el orgullo de mesas de despacho.

Flores de tinta escupen pólenes como tildes,
acunándolos sobre cálices en cuclillas,
como a ras de unos gladios un vuelo de libélulas
––y su miembro se excita al rozar las espigas








 


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