Aunque intentemos un plan cuidadoso, de calculada
estrategia, que se respeta a rajatabla, el caos se filtra inevitablemente y
entramos en auténtico modo “lo atamos con alambre” y que salga lo
que salga.
Argentina en las postrimerías del nefasto régimen K, donde ya no se importan insumos básicos y los que quedan de épocas mejores no se venden por las dudas. Estamos todos en stand by, a la espera de la explosión; se hace lo mínimo indispensable sentados sobre un polvorín con esta resignación absurda nuestra de elegir a los peores para que nos gobiernen. Cíclicamente nos colocamos “democráticamente” en un lugar ridículo de limitación, miseria, mutilación de ganas y expectativas, expulsando a lo mejor de nosotros fronteras afuera. Como cuenta el latiguillo de Twitter: Es Argentina, no lo entenderías…
Así es que me quedé sin papel artesanal color sobre el
que estructurar a mis Chicas Cuadraditas, cuyo plan inicial de 15
pasó a 16 por una modificación de las medidas del stand. Y no consigo quién me venda más de ese papel,
ignoro si por falta de stock o por precaución de los proveedores. ¿Entonces?
Soy una artista del subdesarrollo, lo normal es que siempre me falten
cosas. Alegremente acudimos a los
retazos que acumulo en los rincones. Si
no tengo trozos originales de 30x30 cms., con pedacitos sobre otro papel base,
compondré la medida necesaria.
Ilusoria
buena idea. Porque se trata de mí, que
tiendo a lo kitsch sin que me obliguen, y tras cortar cuadrados de 15X15 cms.
se me ocurrió lógico unirlos mezclando colores.
Me dije (siempre
me digo cosas que no escucho) que incluiría muchas flores blancas de modo
que limpiaría el exceso de color y compensaría el resultado final.
Y desde ahí
se continuaron las malas decisiones. Me
falló el encendedor y recurrí a los fósforos, que son más difíciles de apagar y
casi me enciendo el cabello; en la desesperación consecuente no controlé el
fuego y me comíó media cara del boceto inicial.
No retiré del todo el papel chamuscado y dibujé nuevamente el ojo sobre ese soporte frágil e
inestable. ¿El resultado?: tuve que hacer ese ojo media
docena de veces, acumulando pintura para estabilizar la base y que aguantara el trazado con tinta
del iris. Rompí, rehíce, rompí y rehíce. La nariz estuvo a punto de correr la misma
suerte, con el agravante que el centro de unión de los cuatro cuadraditos de
papel artesanal le daba justo en el arco de cupido del labio. Tamaña cantidad de imperfecciones no propiciaban
al rostro suave que pretendía.
Terminé
con un soporte pesado, con excesos de pintura, con zonas hechas en un material
y luego en otro, desmoronamiento del papel quemado de por medio. Amagué varias veces en tirar todo a la
basura, pero algo (¿mi tequedad?) me mantuvo insistiendo.
Y en algún momento del engorroso y frustrante proceso
me empezó a gustar. Algo grato había
ahí.
Si al cabo el concepto original de esta serie era jugar con ese ideario que abunda en las redes donde muchachitas de toda índole, tras un complejo maquillaje de múltiples pasos y productos, terminan con perfectas caritas de muñecas. Mis Chicas también hacen eso, se edifican a voluntad sobre superficies maltratadas y seudo destruidas, logrando componer imágenes estéticamente lindas, pulidas y agradables, aparentando con sus flores y brillitos que sólo la belleza es la premisa. Pero en realidad se trata de la complejidad de crear el propio destino por encima de cualquier contingencia, dificultad o destino impuesto.
Al final mi Chica Cuadradita #13 venció la mala suerte y ha impuesto que La Vie en Rose es posible.
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