jueves, 18 de agosto de 2022

 




     


     La necesidad de feedback se vuelve urgente.  El artista elabora en la soledad de su taller, sigue un discurso interno, vive en una realidad paralela, elaborando una obra que sin embargo no es exclusivamente para sí.  Todo se compone para un espectador ideal, desconocido, ajeno e intangible.  Y para confirmar que se está logrando mínimamente esa comunicación entre lo que se hace y ese alguien que habrá de ser destinatario final, se requiere algún tipo de señal. 






     ¿De quién se espera esa devolución, ese comentario circunstancial?  De otro ente intangible (y bastante odioso): el mercado del arte.  De ahí que el artista salga del refugio grato del taller para presentar su trabajo en salones, concursos, muestras colectivas, de vez en cuando un solo-show.  Realmente el artista no aspira a ganar premios ni a ventas compulsivas y fabulosas.  Sólo está buscando una reacción, una pista, una mínima voz que indique si se va en la dirección correcta.  El feedback es como la antorcha que va señalando un camino que así y todo seguirá siendo oscuro, inhóspito e imprevisible.  Pero esa antorcha, esa llamita que apenas ilumine, alienta a continuar la marcha.  Y eso le alcanza al artista.





 

     Las redes sociales hoy contribuyen mucho a esa comunicación, que se ha vuelto casi instantánea y múltiple.  Pero, esa masividad atenta contra la fidelidad del mensaje.  ¿Reemplazan las redes al buscado espectador ideal?  No, puede que esté entre ellas, pero no hay garantías.  Ayuda quizá esa babel de voces cuando se está en el taller, abandonado y desorientado, a compensar la soledad y la duda.   Pero hay un momento en que tiene que salirse de ese desorden para focalizar en el sector de pertenencia (de nuevo, el ingrato y odioso mercado) y exponerse a la verdad.  Saber si estamos logrando un lenguaje que vincule la obra con su destino.  Y en tiempos tan ingratos salir del taller se siente como un salto al vacío.

















No hay comentarios:

Publicar un comentario