Lo había
leído por mandato escolar, allá por mis trece o catorce años, tomado en préstamo
de la biblioteca del colegio. Volvió a
caer en mis manos por estos días y antes de acomodarlo en el estante de
policiales argentinos de mi biblioteca personal, me concedí el placer de releerlo. Y lo encontré aún más delicioso que en
aquella lectura obligatoria, redescubriendo pasajes, olvidados a nivel
consciente pero que en el reencuentro los comprendo como claro sustento de mi
realidad actual.
“(Inspector
Julián Baigorri) –Le confieso que no sabía si aquello era en serio o en broma. Unos cuadros donde había líneas, círculos,
cubos, pintados en cualquier forma… Y a
lo mejor decía: “Jardín”, o “Muchacha sentada”.
Será porque yo no entiendo de pintura.
(Camilo
Canegato) -Aparte de no entenderlos, ¿aquellos cuadros le gustaban? Usted, ¿los hubiera colgado en las paredes de
su casa? ¿Le hubiera agradado
contemplarlos mientras comía, o fumaba, o conversaba con sus amigos?
-¡Ah,
no!
-¿Y
Leonardo, por ejemplo? ¿Le gusta
Leonardo?
-Ah,
eso es otra cosa.
-Y,
sin embargo, sigue sin entender de pintura.
-Sí,
es cierto.
-Entonces,
aquello de “será porque yo no entiendo” carece de validez.
-Sí,
es cierto.
-No,
si un arte tiene que ser entendido sólo por los entendidos, no es arte, es la
clave de una logia.
-Pero
si usted los oye a ellos…
-¡Ah,
sí! “Yo lo veo así”, “yo lo entiendo así”,
le dirá el autor de esos mamarrachos.
Pero resulta que nadie más que él
lo ve así “No me importan los
demás”, seguirá diciéndole. “Es arte,
sólo importa el artista, el yo creador”.
Entonces, si su pintura es la realización del “yo lo veo así”, ¿por qué
no la guarda sólo para él? Y si en su
pintura los demás no cuentan, entones, ¿para qué pinta, para quién pinta? (…)
Luego, añada la circunstancia de que alrededor de los pintores pulula un
innoble comercio, encarnado en el marchand. El marchand vive de la compra venta de cuadros. Su ganancia, como la de cualquier
comerciante, está en comprar barato y vender caro. (…) Y añada algo más todavía. Añada la literatura, la charla, la política,
derribando a éste, encumbrando a aquél.
Añada los Apollinaire, haciendo y deshaciendo, desde afuera, los “ismos”
de la pintura. Ah, usted pregunta a qué
deben su fama. La deben a veinte
mentiras superpuestas.”
Marco
Denevi, Rosaura a las diez Editorial
Sudamericana SA Buenos Aires 2011 páginas 188/192.
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