Tonterías. O como las llamamos
por acá: pavadas. Naderías que distraen
y hacen perder el tiempo, esas minucias a las que cualquier seudo-intelectual
que se respete desprecia con un mohín de nariz y un revoleo de ojos. Yo no puedo.
Deliro por estas tonteras.
Alguien –que evidentemente compra todo on-line por auténtica fobia social- en su
vagabundeo por Amazon encontró una almohadilla de mouse que, dice, me
refiere. Yo sé que es por el farnell de los
materiales electrónicos o el de los ositos o el de alguien más que se llama así. Pero ¡me encanta! Le pido que me compre uno, que está más ducho
que yo para estas adquisiciones cibernéticas; que es la estupídez más simpática
que he visto en los últimos tiempos.
Me recuerda que en otro sitio puede conseguise el Keep Calm... sobre una de mis chicas. Pero ya me parece mucho y en casa no tengo espacio en las paredes para colgar nada más. Con el mouse pad estoy hecha, ya que yo sí –al menos- me quiero lo suficiente como para proclamarlo desde mi escritorio en la privacidad solitaria de mi biblioteca.
Me recuerda que en otro sitio puede conseguise el Keep Calm... sobre una de mis chicas. Pero ya me parece mucho y en casa no tengo espacio en las paredes para colgar nada más. Con el mouse pad estoy hecha, ya que yo sí –al menos- me quiero lo suficiente como para proclamarlo desde mi escritorio en la privacidad solitaria de mi biblioteca.
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