domingo, 19 de marzo de 2017


     El mal humor tiende a desbordar mi lógica. Me impulsa a ser irremediablemente más yo.  Un berrinche, en mi planeta, es una silenciosa puesta en evidencia, una manifestación exacerbada de quién soy.

     Así, el enojo de estos día cayó sobre mi Cabeza de Peluca, esa que había soportado mis amagues adolescentes y que recuperada y puesta a ser terminada en este segundo intento ha sido receptora de mi ataque de identidad.








     Y así recepcionó cintas sujetadoras del cabello rotas, naipes, tapas de pote de helado, pedazos de aros, un pompón de un gorro de invierno, la cajita de un pan dulce y el resto de un embalaje de correo –cuya otra mitad fuera a formar parte de mi Caballito de Carrousel.-  Y unas cintas navideña corpóreas, muy convenientes para el plegado.  ¿Mi argumento? Variable: por momentos era salir en diversos planos, después captar el avance imponente de un mascarón de proa.  Después –¡afortunadamente!- sólo se trató de jugar y calmar los nervios. 















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