La
ira moviliza algunas veces mucho más que las buenas intenciones. Sobre todo a los que tardamos lo nuestro en
montar en auténtica cólera. Siempre
tratando de ver la razón también en la mirada del otro, aceptando que no hay
una única verdad ni un único camino para llegar a ella. Argumentando en base a la empatía para
comprender las conductas ajenas aun cuando seamos el objeto receptor de sus
consecuencias.
Puede que mi paciencia esté arraigada en mi realidad paralela: tengo la
mayor parte de mi atención y de mi pasión puesta en mi obra, por lo que todo lo
demás que sucede a alrededor de mí me afecta –digamos- bastante
superficialmente. Te veo, te escucho y
te contesto, pero no estoy del todo acá.
Pero
hay límites, siempre hay límites. Y mi border line es la queja. La queja constante, plañidera o
agresiva. El reclamo. La acusación de que todo lo que se hace está
mal. Pedir, exigir, ponerse en víctima,
demandar con inmediatez. Bla, bla, bla, molesto,
ensordecedor, pero sin la más mínima
acción propia que demuestre que además de esperar de afuera la solución se
está, desde dentro, intentando hacer algo.
Me harta la queja, y ya no me
sale el compadecerme de nadie.
¿Necesitás algo? Movete, búscalo,
generá que pase. Te ayudo si puedo pero
no esperes que lo haga todo en tu beneficio.
Porque, tal vez, TAL VEZ, en los hechos y ante tu
conducta, lo que estás reclamando no te
lo merecés. Y punto.
¿Necesidad de más enemigos?
Será. Y realmente no me
importa. No pido, no critico, no me
quejo. Hago, bien o mal, hago, busco por
mi cuenta, corro riesgos y cuando fracaso me hago cargo. No lloro sobre la leche derramada, agarro el
trapo y limpio el enchastre. Simple y
directo. Y sigo.
Supongo que se debe a que soy mujer:
no tengo tiempo para la rosca y el parloteo intrascendente de los
hombres (y de las mujeres que adhieren a ese canon como errónea pauta de
igualdad). No pierdo las mañanas
construyendo teorías en los bares, no alargo almuerzo con evaluaciones
conspirativas, no me reúno por las noches para el partidito after office y la estrategia de
conveniencia con los amigos de turno.
Soy mujer, estoy ocupada en la realidad real y en componer mi obra. Hago, no converso ni especulo. Hago.
Pura acción. No me quejo, no
reclamo, no espero que venga nada de afuera.
Nunca existió el príncipe azul, demasiado ocupado en vestirse y en
cabalgar con donaire (un auténtico
metrosexual). Lo que quiero lo
defino, lo calculo según mis fuerzas y
trato de que suceda. Y si no se da no es
culpa de nadie más que de mi misma. Y si
no se da lo sigo buscando. La pasión
tiende a la eternidad, no es cuestión de tiempos, es cuestión de fe.
¿Entonces? Qué me traspasa los
oídos, de uno al otro, y se pierde en el espacio todo lo que me estás diciendo. No tengo ni tiempo ni ganas para palabrerío
hueco y estúpido. Estoy ocupada en
hacer, no puedo detenerme para el discurso grandilocuente de lo que me tienen
que dar para que yo pueda hacer algo.
Dejame en paz.
If you
want something said, ask a man; if you want something done, ask a woman.
Margaret Thatcher
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