sábado, 18 de marzo de 2017







      La ira moviliza algunas veces mucho más que las buenas intenciones.  Sobre todo a los que tardamos lo nuestro en montar en auténtica cólera.  Siempre tratando de ver la razón también en la mirada del otro, aceptando que no hay una única verdad ni un único camino para llegar a ella.  Argumentando en base a la empatía para comprender las conductas ajenas aun cuando seamos el objeto receptor de sus consecuencias.

     Puede que mi paciencia esté arraigada en mi realidad paralela: tengo la mayor parte de mi atención y de mi pasión puesta en mi obra, por lo que todo lo demás que sucede a alrededor de mí me afecta –digamos- bastante superficialmente.  Te veo, te escucho y te contesto, pero no estoy del todo acá.





     Pero hay límites, siempre hay límites.  Y mi border line es la queja.  La queja constante, plañidera o agresiva.  El reclamo.  La acusación de que todo lo que se hace está mal.  Pedir, exigir, ponerse en víctima, demandar con inmediatez.  Bla, bla, bla, molesto, ensordecedor,  pero sin la más mínima acción propia que demuestre que además de esperar de afuera la solución se está, desde dentro, intentando hacer algo.  Me harta la queja,  y ya no me sale el compadecerme de nadie.  ¿Necesitás algo?  Movete, búscalo, generá que pase.  Te ayudo si puedo pero no esperes que lo haga todo en tu beneficio.  Porque, tal vez, TAL VEZ, en los hechos y ante tu conducta, lo que estás reclamando no te lo merecés.  Y punto.


























     ¿Necesidad de más enemigos?  Será.  Y realmente no me importa.  No pido, no critico, no me quejo.  Hago, bien o mal, hago, busco por mi cuenta, corro riesgos y cuando fracaso me hago cargo.  No lloro sobre la leche derramada, agarro el trapo y limpio el enchastre.  Simple y directo.  Y sigo. 

     Supongo que se debe a que soy mujer:  no tengo tiempo para la rosca y el parloteo intrascendente de los hombres (y de las mujeres que adhieren a ese canon como errónea pauta de igualdad).  No pierdo las mañanas construyendo teorías en los bares, no alargo almuerzo con evaluaciones conspirativas, no me reúno por las noches para el partidito after office y la estrategia de conveniencia con los amigos de turno.  Soy mujer, estoy ocupada en la realidad real y en componer mi obra.  Hago, no converso ni especulo.  Hago.  Pura acción.  No me quejo, no reclamo, no espero que venga nada de afuera.  Nunca existió el príncipe azul, demasiado ocupado en vestirse y en cabalgar con donaire (un auténtico metrosexual).  Lo que quiero lo defino, lo calculo según mis fuerzas  y trato de que suceda.  Y si no se da no es culpa de nadie más que de mi misma.  Y si no se da lo sigo buscando.  La pasión tiende a la eternidad, no es cuestión de tiempos, es cuestión de fe.

     ¿Entonces?  Qué me traspasa los oídos, de uno al otro, y se pierde en el espacio todo lo que me estás diciendo.  No tengo ni tiempo ni ganas para palabrerío hueco y estúpido.  Estoy ocupada en hacer, no puedo detenerme para el discurso grandilocuente de lo que me tienen que dar para que yo pueda hacer algo.  Dejame en paz.






     If you want something said, ask a man; if you want something done, ask a woman. 

Margaret Thatcher








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