martes, 28 de agosto de 2018







     “Fortune and glory, kid.  Fortune and glory” responde Indiana Jones en la segunda entrega de la saga, The Temple of Doom.  Claro, todo lo hacemos por la gloria aunque sea imprescindible obtener primero la fortuna que nos permita pagar por esa gloria.  Nada es gratis en esta vida...

      Se vuelve difícil seguir esa fórmula, fortuna y gloria,  cuando se conjuran en nuestra  contra la vocación artística, vivir en economías alternativamente sumergidas por mano de obra política altamente corrupta o patéticamente inepta (o ambas a un tiempo), ser lo más sureño de Latinoamérica casi cayendo del mapa y, para colmo, haber nacido mujer.  Así de cómodo y así de fácil.  Hacer fortuna para comprarse la gloria es, sin duda, una broma sarcástica a nuestra costa.    







     Amenazo que al próximo art-dealer o presunto curador/galerista que me venga a proponer lo que sea a cambio de pagarle un dinero excesivo  que se por adelantado no  va a merece ni a justificar,  voy a convertirlo en el chivo expiatorio de mi indignación.  Sí, está claro, ofrecen un servicio, merecen retribución por su trabajo.  Pero, ¡por favor! inventen servicios para vendérselos a otros que no sean artistas.  Parece que el peso del mundo nos cae encima: para mantenerse en este medio, para que el dichoso mercado te de un pedacito mínimo de espacio de permanencia, hay que pagar absolutamente todo.  Para catalogar como artista en actividad hay que desembolsar constantemente honorarios, aranceles o derechos de exhibición a medio mundo.  Agotador.  Caro (e inútil) y agotador.













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