“Fortune and glory, kid. Fortune and glory”
responde Indiana Jones en la segunda entrega de la saga, The
Temple of Doom. Claro, todo lo
hacemos por la gloria aunque sea imprescindible obtener primero la fortuna que
nos permita pagar por esa gloria. Nada es gratis en esta vida...
Se
vuelve difícil seguir esa fórmula, fortuna y gloria, cuando se conjuran en nuestra contra la vocación artística, vivir en
economías alternativamente sumergidas por mano de obra política altamente
corrupta o patéticamente inepta (o ambas
a un tiempo), ser lo más sureño de Latinoamérica casi cayendo del mapa y,
para colmo, haber nacido mujer. Así de
cómodo y así de fácil. Hacer fortuna para
comprarse la gloria es, sin duda, una broma sarcástica a nuestra costa.
Amenazo
que al próximo art-dealer o presunto curador/galerista que me venga a proponer
lo que sea a cambio de pagarle un dinero excesivo que se por adelantado no va a merece ni a justificar, voy a convertirlo en el chivo expiatorio de mi
indignación. Sí, está claro, ofrecen un
servicio, merecen retribución por su trabajo.
Pero, ¡por favor! inventen servicios para vendérselos a otros que no
sean artistas. Parece que el peso del
mundo nos cae encima: para mantenerse en este medio, para que el dichoso
mercado te de un pedacito mínimo de espacio de permanencia, hay que pagar
absolutamente todo. Para catalogar como
artista en actividad hay que desembolsar constantemente honorarios, aranceles o
derechos de exhibición a medio mundo.
Agotador. Caro (e inútil) y agotador.
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