Empezó con una
discusión sobre la película Velvet Buzzsaw (que me pareció simplista e intrascendente). Sí, claro, reconozco que
pintó bien algunos aspectos del mercado del arte real (la connivencia de críticos
con galeristas para posicionar a ciertos artistas y digitar ventas; la factoría
aceitada de los artistas/marca registrada; el snobismo de los que deciden qué
es arte y por cuánto tiempo; el absurdo del arte conceptual y la patética indiferencia
del espectador que busca sólo novedad sobre novedad). Pero se quedó a mitad de camino de todo y
deja, para el que no conoce ese mundo, una colección de estereotipos
nefastos.
De ahí se derivó
la cuestión a cómo yo estoy (siempre)
equivocada en mis interpretaciones y cómo él –con su elevada intuición marketinera-
lee perfectamente cómo se manejan las cosas en el mercado. Y acabó pretendiendo demostrar como al final,
pese a toda mi terquedad, termino haciéndole caso. Indignada, reclamé ejemplo concreto.
-¿Durante cuántos años estuve diciéndote que tus
retratos eran demasiado limpios?
Impecables, rígidos, insulsos.
Impasibles. Incapaces de llegar a
nadie.
Bueno, al principio, puede ser (después dejé por mucho tiempo de hacer retratos, es un hecho).
-Finalmente aceptaste mi consejo, reconociste el
error y fuiste por el camino correcto.
Iba a gritarle
que no acepté ningún consejo suyo y que no dejé de hacer retratos limpios, pero
fui prudente y me callé la boca. Sabía
que podía demostrar que ahora ensucio:
quemando, mojando, superponiendo materiales, pegoteándole cosas. Ya no son limpios e impecables mis retratos… Odio cuando me obliga a darle la razón (aunque la tenga).
Post
data: Volviendo a Velvet Buzzsaw, la escena de la obra
conceptual símil robot con muletas persiguiendo por un pasillo al personaje
de Jake Gyllenhaal me hizo
empezar a mirar con desconfianza a los varios maniquíes que esperan en mi
taller ser intervenidos. No sé, de pronto uno
se pone demasiado susceptible por exceso de imaginación…
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