Tic-tac…
tic-tac… tic-tac… A los convencidos del timing, a los que creemos que nada sucede fuera del tiempo en que
tiene que suceder, a los que nos relajamos en las esperas, el constante tic-tac
que nos determina los pasos es una apacible y grata música de fondo. Lo que deba ser será cuando le corresponda en
turno. No es fruto de la meditación ni
sabiduría oriental, es el tiempo de secado de la pintura. En este oficio el timing marca cuando un color puede superponerse a otro. El arte te vuelve paciente y hace que rindas
culto de la oportunidad.
Habíamos estado por años planeando
muchas versiones posibles, hipótesis A e hipótesis B y una última e híbrida
hipótesis AB. Pero siempre al aguardo,
porque la pata suelta del asunto es la que marca el ritmo. Planes y espera. Y el timing
exacto para atrapar el último tren.
Tic-tac…
tic-tac… tic-tac… Alguien podría argumentar que ¡a esta edad! deberíamos
ser más convencionales y predecibles, que todo debería hacerse bajo cuidadosas
estrategias diagramadas a la exclusiva
luz de la razón. Cumpliendo con
cronogramas exactos y escrupulosos. Nada
al azar. Nunca jugar a jugar. Pero el timing
es azaroso, juega con el ritmo, y somos de esa generación que creció
sabiendo que esta grabación se autodestruirá en cinco segundos…
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