lunes, 11 de febrero de 2019









     Tic-tac… tic-tac… tic-tac…  A los convencidos del timing, a los que creemos que nada sucede fuera del tiempo en que tiene que suceder, a los que nos relajamos en las esperas, el constante tic-tac que nos determina los pasos es una apacible y grata música de fondo.  Lo que deba ser será cuando le corresponda en turno.  No es fruto de la meditación ni sabiduría oriental, es el tiempo de secado de la pintura.  En este oficio el timing marca cuando un color puede superponerse a otro.  El arte te vuelve paciente y hace que rindas culto de la oportunidad.  










     Habíamos estado por años planeando muchas versiones posibles, hipótesis A e hipótesis B y una última e híbrida hipótesis AB.  Pero siempre al aguardo, porque la pata suelta del asunto es la que marca el ritmo.  Planes y espera.  Y el timing exacto para atrapar el último tren.

     Tic-tac… tic-tac… tic-tac…  Alguien podría argumentar que ¡a esta edad! deberíamos ser más convencionales y predecibles, que todo debería hacerse bajo cuidadosas estrategias  diagramadas a la exclusiva luz de la razón.  Cumpliendo con cronogramas exactos y escrupulosos.  Nada al azar.  Nunca jugar a jugar.  Pero el timing es azaroso, juega con el ritmo, y somos de esa generación que creció sabiendo que esta grabación se autodestruirá en cinco segundos…






 







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