La totalidad de las imágenes que se reproducen en este blog corresponden a obras de mi autoría.
sábado, 25 de abril de 2020
miércoles, 22 de abril de 2020
Trigésimo cuarto día de cuarentena. Usé dos veces las máscaras de pájaro en el proyecto de Bandejas Enmascaradas. Fueron a integrar la composición de la #Dos y de la #Diez:
Que lejos estaba
en ese momento de recordar la vinculación de esa máscara con la peste. Hoy esas dos obritas menores que la incluyen
han perdido toda mi simpatía...
martes, 21 de abril de 2020
Trigésimo tercer día de cuarentena. Las pandemias históricas tienen su máscara alegórica: la de pájaro o de pico, “Il Dottore della peste”. En la epidemia que surgió en Europa entre los años 1575 y 1577, originada en Venecia, se comenzó a utilizar una vestimenta especial para los médicos que atendían a los enfermos: guantes de cuero, “ojos de cristal” para salvaguardar los globos oculares, sombrero de ala ancha y un enorme abrigo de cuero encerado que llegaba hasta los tobillos. Esta indumentaria se completaba con una vara larga, que se utilizaba para apartar a aquellos que se acercaban demasiado, y una máscara con forma de pico de ave. Dicen los libros que se rellenaba la zona del pico con plantas aromáticas para mitigar los olores e impedir que el aire que exhalaban los enfermos llegara a ser respirado por el médico. Otra de las razones por las que tenía esa forma era, al parecer, porque el largo e incómodo pico impedía que el doctor se acercase al aliento del infectado. La vara y la máscara como herramientas de distanciación social.
Máscaras y
peste, ¿cómo puedo apartarme de esa idea? Sigo trabajando, ya no se
si guiada por la inspiración o por el exorcismo de mis miedos.
lunes, 20 de abril de 2020
Trigésimo segundo día de cuarentena.
Intento trabajar como si todo fuera normal, pero como nada es normal, es
imposible. Y entonces toda la
anormalidad de la situación, del entorno y del futuro mediato saca a relucir mi
idiosincrasia. Esa persona bastante rara
que soy y que de común logro disimular.
Teniendo a medio camino una obra que
inicié con ganas de dibujar, que me gusta y que tiene potencial por todos
lados, la abandono sobre uno de mis
tableros de trabajo, sintiendo que se ha vuelto un mamotreto grande e incómodo
para este momento en que estoy tan a disgusto conmigo misma.
Amago a entusiasmarme con un trabajo
pequeño y simple, un comodín a mis gustos: desnudos y cartografía antigua. Pero
lo abandono también. Me pide
concentración para trabajar la piel y la luz, unas horas de paz, y eso
precisamente es lo que no tengo. Carezco de la calma que es imprescindible para
seguir con ella.
Me digo que voy a jugar con máscaras y papel,
componer algo inofensivo, el placer del sólo hacer sin objetivo, como una
terapia para calmar los nervios. Me dejo
llevar y lejos de que esa acción me tranquilice logra ponerme mucho más
aprensiva. Permitir en este contexto que
mi libertad creativa tome el control parece no haber sido tan buena idea. La obra me inquieta mientras la reconozco tan
indudablemente mía en estos tiempos…
viernes, 17 de abril de 2020
Vigésimo noveno día de cuarentena. Hartazgo
absoluto. Harta de estar asustada, harta
de que mi miedo permita que el estado (un estado chambón, no uno confiable)
decida por mí aun en contra de mi mejor criterio. Harta de que el pánico me siga ganando y
aunque intelectualmente quiera rebelarme soy incapaz de poner un pie fuera de
la puerta de mi casa, cerrada a cal y canto.
Harta de temer que algún día vengan y me digan que puedo salir. Harta de sentir que esto es para siempre.
Harta de que el encierro condicione la
creatividad. No debiera ser así, si a
voluntad vivo aislada y evito salir a la calle en cuanta oportunidad tengo. No necesito socializar, ni frecuentar a demasiadas
personas y menos desconocidas, ni tengo ningún gusto por hacer actividades a la
intemperie. Mi casa, mi taller, es mi
universo y no necesito más. Y ahora que
puedo sin culpa permanecer aislada en mi propia dimensión descubro que cuando
algo es impuesto pierde la gracia y el placer del arte se vuelve esquivo. Estoy harta de mi propia contradicción. Estoy harta de esta evidencia práctica de mi
gataflorismo. Harta.
Harta de sentir que esto es el fin del
mundo. El fin de ese mundo que conocía y
en el que había aprendido a moverme a gusto.
Harta de esta convicción de que ya nada será como era, que lo que conocía
fue, que no va a volver, que habrá alguna vez, cuando esto acabe -que no será
pronto-, volver a adaptarse a otras reglas y a otro juego. Yo vivía feliz en el AC, antes del
coronavirus. Tendré que empezar
a contar todo de cero, DC, después del coronavirus. Espantoso.
Harta del espanto. Harta de la
tristeza. Harta de esta absoluta
desolación.
martes, 14 de abril de 2020
Vigésimo sexto día de cuarentena. Desafío
ImaginArte concluido.
Acuarelas y un poco de acrílico para los
empastes blancos y el retrato del artista que me precedió en el juego está
listo.
Cumplido dentro de los tres días propuestos,
he perdido más tiempo tratando de fotografiarme con la obra que en hacerla. No hay manera de evitar que la depresiva
angustia que el encierro y la peste me causan se me evidencie en todo el
cuerpo. Opto por esconderme tras mi
trabajo, estoy pero apenas.
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