¿Qué determina la diferencia? Menos espacios de arte van a sobrevivir y,
lamentablemente, serán menos los artistas que puedan costearse mostrar su obra
-aunque no cobren las paredes no habrá fondos para enmarcados, embalajes o
traslados; los gastos de los artistas son infinitos-. El mercado del arte, entendiendo todo el
mercado, va a contraerse forzosamente.
El terreno de juego se vuelve mas pequeño y los jugadores se reducen a
los que pueden mantenerse jugando. Todo
es más chiquito. Concentrado y
selectivo, porque al reducirse los recursos habrá que escoger con mucho cuidado
dónde invertir lo poco que hay.
En
paralelo, todo se expande digitalmente.
Abundan las propuestas -aranceladas o no- para las muestras virtuales,
las ilusorias galerías 3D que tan bonitas en teoría y en un primer vistazo, cuando
se les presta atención distorsionan las obras restando la voluptuosidad de las
superficies mutando sospechosamente las dimensiones reales. La vida en la web
es maravillosa para la difusión, pero limitar la vida de las obras a ese ámbito
parece muy pobre. Sin fidelidad a los
colores y a las formas, e igualando impiadosamente las texturas, todo se vuelve
plano y demasiado igualitario. Y el arte
requiere proximidad, sensorialidad y sorpresa.
¿Entonces? ¿Más chico o más
grande? En la vida real, ahí, en la
calle, pocos van a sobrevivir. Sostener
espacios de arte y galerías no será posible para la mayoría, y costear eventos
internacionales y ferias para aun muchos menos.
Y sabemos que en la vida real es donde suceden las cosas reales. Entretanto, seguiremos conformándonos con las
redes sociales y la fantasía de que es “casi” lo mismo, manteniéndonos mostrando
lo que hacemos, contactándonos con compañeros de desgracia para compartir las
penas de un tiempo y un mundo que nos desbarató la vida y nos mantiene en
ascuas sobre cómo será el día después de mañana.
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