lunes, 30 de noviembre de 2020

 


              Supongo que se trata de una especie de necesidad por esos bloques de color en el papel base.  Me quedé sin papel artesanal batik -la tienda donde lo compraba ya no lo trae y aunque sé que puedo conseguirlo en línea me aferro a la costumbre de elegir en persona los materiales con los que trabajo-,  ergo, esas habituales superficies rugosas y coloridas ya no están a mi disposición.  Terminé encontrando unas hojas escolares de tonos pastel (demasiado endebles, de muy bajo gramaje) y, como artista del subdesarrollo y bajo presupuesto, me resigné a lo que hay y arranqué desde ahí.


 












      Invertí mi orden habitual de dibujar sobre papel blanco adherido a una base de papel color.  Ahora ha sido dibujar sobre una pálida hojita celeste para fijarla sobre papel industrializado blanco (al menos ese sí de buena calidad).  Sobre el blanco el celeste es más contundente y calma mi necesidad compulsiva de contraste e impacto.  Pero no dejamos todas nuestras costumbres de lado, así que corresponde jugar un poco con el fuego antes de adherir los dos soportes.




 

















     Sigue lo de siempre: unir visualmente  entrelazando líneas que vayan indulgentemente de un papel a otro.  Dimensional más dorado y angelitos son ya  recursos clásicos. Y gratos.
















































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