Supongo que se trata de una especie
de necesidad por esos bloques de color en el papel base. Me quedé sin papel artesanal batik -la
tienda donde lo compraba ya no lo trae y aunque sé que puedo conseguirlo en
línea me aferro a la costumbre de elegir en persona los materiales con los que
trabajo-, ergo, esas habituales superficies
rugosas y coloridas ya no están a mi disposición. Terminé encontrando unas hojas escolares de tonos
pastel (demasiado endebles, de muy bajo gramaje) y, como artista del
subdesarrollo y bajo presupuesto, me resigné a lo que hay y arranqué desde ahí.
Invertí mi orden habitual de dibujar sobre papel blanco adherido a una
base de papel color. Ahora ha sido
dibujar sobre una pálida hojita celeste para fijarla sobre papel industrializado
blanco (al menos ese sí de buena calidad). Sobre el blanco el celeste es más contundente
y calma mi necesidad compulsiva de contraste e impacto. Pero no dejamos todas nuestras costumbres de
lado, así que corresponde jugar un poco con el fuego antes de adherir los dos
soportes.
Sigue
lo de siempre: unir visualmente entrelazando líneas que vayan indulgentemente
de un papel a otro. Dimensional más dorado y angelitos son ya recursos clásicos. Y gratos.
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