sábado, 7 de noviembre de 2020

 








    Tiempos inciertos que paralizan.  Se supone que uno debe tomar decisiones, armar proyectos, avanzar hacia algún lado (aunque sea para atrás), pero es imposible.  Es como intentar pararse firme en pleno terremoto.  No tengo idea de como sigue esto, es tan evidente que se quebraron todas las reglas previas, que habrá que reconstruir lo que se pueda antes de determinar qué ha quedado en pie y cómo va a caminar.  Estamos todos en hibernación forzada, quietos, esperando a que vuelvan a aparecer algunas certezas. 

 








     Hay quienes se empecinan en reanudar la actividad como si aquí no hubiera pasado nada, queriendo sostener el universo a sus espaldas a mera fuerza de buena voluntad.  Por momentos es tan evidente su sinrazón que uno quiere aconsejarles esperar un poco más, pero que consejo  es ese cuando honestamente no se puede prever que la espera traiga algo mejor que esto.  Alguien me tironea y me susurra al oído que es el momento perfecto para otro tipo de acción, para escurrirse por los huecos que han quedado abiertos en el derrumbe, pero eso tampoco suena tentador para alguien como yo que carezco del más mínimo criterio estratégico.  ¿Cómo? ¿Cuándo?  ¿Dónde?  ¿Para qué?







 


     Me cita esos libros de autoayuda que repiten lo de que toda crisis es oportunidad.  Claro, llamar “crisis” a estos tiempos es síntoma de estupidez.  Como me conoce bien pasa a citarme a Darwin y la supervivencia del más apto.  La constante adaptación del depredador.  Me niego a escuchar y le explico la única cosa cierta siempre:  los dibujantes dibujamos. 








  La historia lo ha omitido, vaya a saber uno por qué, pero cuando se hundía el Titanic los músicos tocaban en cubierta y los dibujantes garabateábamos en bodega.  Así de simple y de constante.  Pase lo que pase, nunca dejamos de dibujar.

























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