viernes, 25 de mayo de 2012

PLAGIARIA fue primero el título simpático de una serie de trabajos que mezclaban obras clásicas con mi pasión por la cartografía medieval y renacentista. Era una especie de chiste entre mi capricho de plagiar un Velázquez con “pinturitas” (lápices de colores) y el arruinar esas pasables reproducciones con ríos, montañas y nombres imposibles de lugares improbables.
Con el paso del tiempo, PLAGIARIA se volvió una especie de “licencia”, un espacio lúdico donde podía simplemente disfrutar mis pasiones en conjunto sin el menor remordimiento: mis mapas, mis pintores preferidos, el goce del dibujo y el riesgo real del fracaso al mezclar materiales y soportes sin ninguna prudencia. Y jugar con fuego, claro, porque también me permito “intervenir” mi trabajo con un encendedor…
Para justificarme recurrí después a otro de mis vicios: la literatura. “Sabemos que el arte es continuación y parentesco. “Un pintor hace a otro pintor”, dijo Renoir con patética sencillez. No se perseguía en Las Flores del Mal algo insólito y desmesurado. (…) Baudelaire señaló así, con irónico desenfado (ese desenfado que heredó y derrochó Oscar Wilde), las influencias recibidas: “Notas sobre los plagiados: Tomas Gray, Edgar Allan Poe (dos pasajes), Stace, Virgilio (todo el trozo de Andrómaca), Esquilo, Víctor Hugo.”” (Ulyses Petit de Murat, Las Flores del Mal, un juicio que lapida a sus jueces). YO POR AQUELLOS AÑOS LO IMITÉ, HASTA LA TRANSCRIPCIÓN, HASTA EL APASIONADO Y DEVOTO PLAGIO (…) NO IMITAR ESE CANON HUBIERA SIDO UNA NEGLIGENCIA INCREIBLE.” JORGE LUIS BORGES, Sur 209-210 marzo abril 1952.

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