jueves, 28 de junio de 2012

 
 
 
     Entre mis varias obsesiones, la “cacería” de libros es una de las que me provoca más placer. Máxime cuando en Buenos Aires abundas las librerías de usados y los precios resultan muy accesibles. Confecciono listas mentales de los libros que quiero incorporar a mi biblioteca personal, aunque invariablemente siempre sucumbo a otros que no se encuentran dentro de mis listas y que provocan nuevas estrategias. Siempre he creído que muchos libros (la mayoría) me han salido al encuentro, como si fuera yo parte de un plan ajeno y que mis compras programadas no dejan de ser una resignada farsa del libre albedrío.
 
       A los doce o trece años se me cruzó en una librería de usados de Lanús un ejemplar (que conservo) de la Historia Universal de la Infamia. Ahí descubrí a Borges y fui avanzando en esos años en un “programa” de lecturas digitada por él: Stevenson, Shaw, Lewis Carroll, Swift, El Séptimo Círculo, Bioy y Silvina Ocampo. Después me crucé con Rimbaud (en una biografía novelada de James Ramsey Ullman, El día en llamas”) y sucumbí ante el simbolismo francés: Baudelaire, Verlaine, Mallarmé. Gidé después y Sartre al final sólo para fastidiarme.



 
 
     Por Borges avancé a los alemanes, descubrí a Leo Perutz, y por éste a uno de mis actuales autores favoritos, Philipp Vandenberg, magnífico como historiador y entretenido como novelista anticlerical. El autor que describió a Roma tal cual como la sentí al poner un pie en ella (Capitulo Uno de “Cesar y Cleopatra”).

  Y como en un decante lógico fuí a parar a Umberto Eco que, a través de El Péndulo de Foucault”, me lanzo vertiginosamente a la lectura de cátaros y templarios y a la pasión por la semiótica.   Soy la pelotita de un flipper (pinball), voy de un lado para el otro a voluntad de un hábil jugador desconocido (y sueno a Belbo en su ensoñación de Lorenza Pellegrini).

     Mi biblioteca personal es mi rincón de juegos, el lugar donde elucubro planes de cacerías caprichosas que compensan las jornadas de trabajo aburrido, rutinario y poco satisfactorio: conseguir el título que me falta de la saga de Mr. Ripley de Patricia Highsmith (la que se traslada a Hamburgo); completar todos los títulos publicados de Anne Perry (tengo más de 40 títulos pero esta mujer es realmente prolífica), recomponer completa la publicación de SUR (lo que se complica por el estado de las revistas y por la escases, ya que no salen al mercado muy seguido)…

       Y de ahí para acá, uno va convirtiéndose en un bicho raro (más raro todavía) que masculla solo a paso vivo recorriendo la Avenida Corrientes, haciéndose tiempo entre una obligación y otra para husmear –con aire conspirador- en anaqueles polvorientos a ver que hay de nuevo y que enlace cósmico vincula lo que estamos buscando con lo que terminamos encontrando.

     Y todo lo que en el medio se cuela: historia medieval, la saga de los Borgias, una nueva biografía de Marcel Brion, el libro de cocina de Leonardo, o chiquicientos "pasquincitos" policiales que van al rincón donde estoy compilando una prolija biblioteca de novela negra y policial británico (anque franco y español): Colin Dexter, P.D. James, Christie, Ruth Rendell, Perry, Simenon y Manuel Vázquez Montalban; americanos como Ellery Queen (veta borgeana), Rex Stout, Dickson Carr y el también prolífico Connelly (que con su Harry Bosch que homenajea al Bosco lo siento menos simplista que a sus compatriotas contemporáneos).
 
     El problema con los libros es siempre el espacio. Y en mi caso, si se le suma el considerable espacio que ya ocupo con caballetes, tableros de dibujo y algunas obras aparatosas (como las esculturas en papel y las máscaras de diablicos de RAGNARÖK , o el viejo totem de latas de Primitiva), mis problemas de logística espacial son día a día más severos.



 
 
 
     A veces (y sólo por un ratito) envidio a la gente apática, a la que no se interesa demasiado en nada, la que no siente curiosidad, la que no padece de mi síndrome compulsivo de coleccionista; la que puede ir por la vida sin maravillarse de algo cada diez minutos. A mi todo me interesa, todo me provoca buscar, indagar, entender, saber más. ¿Para qué? Para nada. Sólo porque es fascinante. Sólo por el privilegio de ser el espécimen animal superior de la creación no por el pulgar opuesto sino por estar facultado del don del conocimiento, del exclusivísimo poder de aprehender. De la maravillosa capacidad de descubrir y asombrarse.
 
 
 
 
 

2 comentarios:

  1. Impresionante tu trabajo ! muy fina, y seguí explotando tu creatividad que es de muy buen gusto

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