jueves, 21 de junio de 2012




Sé que hay ojos, los más melancólicos a veces,
Que no ocultan secretos preciosos; (…)
¿Pero acaso no basta que seas la apariencia
Para regocijar un corazón que rehuye la verdad?
¿Importa acaso tu torpeza O tu indiferencia?
¡Salve, máscara o adorno! Venero tu belleza.

Charles Baudelaire



     Es imprescindible lucir tarada. No apartarse de la manada y compartir puntillosamente gustos y preferencias de “la” mayoría. No hay que desentonar nunca demasiado (escucho venir desde mis espaldas el severo ¡¡¡¡SSShhh!!!! materno de cuando hablaba o reía a los gritos en un lugar público). Jamás llamar mucho la atención. Ser “uno más”, uno de “los otros”, “parte del todo”, todo uniforme, todo igual, lo que “debe ser”. La insoportable temperatura de estufa de Herman Hesse. ¿A los tibios los escupía dios? Lo bien que hacía.
 
     Y conste que lo intento. Al fin y al cabo fui educada para ser la buena hija del vecino. Toda prolijita, toda calladita. Sumisa y obediente. En líneas generales, yo no confronto. Pero nada de eso implica per sé que yo no piense (que no pueda o que no quiera). El que no vaya por ahí dando a gritos mi opinión a diestra y siniestra no quiere decir que no tenga una opinión. Si me preguntan, ¡salve dios! puedo esbozar un pensamiento coherente. Y hasta fundarlo (¡!) Y, ¡horror de horrores! ¿Cómo me atrevo a pensar diferente a los demás? ¿A tener una (¡!) idea original?

      Vale una aclaración: como auténtica y esmerada esquizofrénica, tengo mis dos vidas escindidas y paralelas. Y muchas de las personas (casi todas) que frecuento en mi “vida civil” ignoran mi vida de artista. No conocen mi obra. Obviamente cualquiera que esté al tanto de mi trabajo no espera de mí la docilidad de una monja de clausura ni la vacuidad de un ama de casa de los cincuenta. Pero los que sólo me ven diariamente en mi esfera laboral me presuponen una persona “normal”. Una más de la “mayoría”, de los que comparten la pasión por patéticos shows televisivos y siguen con devoción los vaivenes sentimentales de presuntos actores y actrices. De los que tienen por prioridad “pertenecer” al grupo de los “ganadores” en los ámbitos políticos, económicos o profesionales. “¿A donde vas Vicente? A donde va la gente.”

     Normalmente no discuto. Normalmente me importa un cuerno lo que los demás piensen u opinen. Allá ellos y acá yo. Pero cuando en un atisbo de socialización (a la que claro es que escapo por instinto de supervivencia) alguien cercano pregunta yo contesto. Y no disimulo quien soy ni lo que pienso. Y resulta imperdonable. ¿Cómo puedo abrir la boca y demostrar de modo irrefutable la absoluta idiotez del resto? Si el precio de “pertenecer a la mayoría triunfadora”, de ser “socialmente aceptado” y de estar “saludablemente insertado en la comunidad” es tener que lucir estúpido, pensar como un estúpido y acabar afirmando que la estupidez es la nueva ideología integradora prefiero seguir siendo una autista. Aislada y solitaria. Muchas gracias, pero no. Se los agradezco, pero NO.


Me odian porque soy menos ignorante que el resto de los hombres.” Charles Baudelaire.



 
 
 
    Pero debo reconocer que ser estúpido (parecerlo o simularlo) tiene visibles ventajas. Nadie espera nada de un estúpido. Nadie les exige nada y hay una benevolente indulgencia hacia su desidia o hacia su evidente torpeza a la voz de "Pobre... no dá para más...". La vida es sensiblemente mas fácil si uno es un estúpido socialmente reconocido.

     Distinto es el caso para los que nos hemos tomado la molestia de comportarnos en público como seres pensantes. Se nos exige todo, se da por hecho que podemos y debemos hacernos cargo de todo y que si cometemos errores (que los cometemos obviamente y a un normal ritmo humano) estos son IM-PER-DO-NA-BLES. Y como contracara, tampoco hay la más mínima valoración o reconocimiento.

      Cuando te signan "inteligente" desde tu más tierna infancia todo lo que hagas carece de mérito. Todo es resultado de tu "inteligencia", como si el esfuerzo, la constancia, el estudio o la concentración nada tuvieran que ver. Todo es "fácil" para el "inteligente". ¿Qué valor hay en eso? Y al correr de los años se crea un status quo donde uno debe hacerse cargo de todo (vos sabes de eso, vos entendes más), mientras que los que se han echado encima fama de idiotas simplemente disfrutan del esforzado trabajo de quienes por "inteligentes" terminamos convertidos en esclavos de los múltiples estúpidos circundantes.
 
     No es inteligente lucir "inteligente" mientras que sí lo es lucir estúpido. La mejor respuesta es siempre "No se. ¿Por qué mejor no le preguntás a...? A otro inteligente que no entendió que la mascarada de estupidez hace la vida más sencilla. Nos libra de la pesada carga de los estúpidos. ¿Cómo era? ¿"Bienaventurados los pobres de espíritu, los mediocres y los estúpidos porque ellos heredarán la comodidad en la tierra".? La verdad, no me acuerdo.


 
 
 
 

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