La sociabilización esta sobrevalorada.
Mas allá de mi dificultad genética de comprender por qué alguien en pleno uso de sus facultades mentales pretendería estar todas las horas del día conversando con un montón de personas o simplemente comentándole en tiempo real las mas absolutas vanalidades de su discurrir cotidiano, tampoco logro comprender la satisfacción emergente de juntarse “a tomar unos mates”, o del “venite y tiramos unas pizzas” o de un religioso after office todos los jueves (salvo ahí, quizás, que si el alcohol es abundante y barato podría llegar a hacerme una idea).
No hay para mi lógica (y ciertamente nada de placer) ni en facebook ni en twiter ni en los “miércoles de chicas”. La sociabilización amontonada me parece rasgo de barbarie.
¿Por qué sí un blog entonces? Obviamente, porque en primer lugar no creo seriamente que nadie aparte de mi misma entre a esta página y mucho menos la lea. Segundo, porque siento que escribir un blog es una variante más prolija y bonita del diario que he venido llevando desde los nueve años. Es más fácil escribir acá, la letra queda mas clara y las fotos son una acotación visual muy fácil de adosar. Mientras que el viejo papel de los cuadernos donde siempre he escrito atrae a las cucarachas y se deteriora con la humedad de los distintos rincones de la casa donde van a parar en su almacenamiento, lo escrito en el espacio incomprensible de la web no parece deteriorarse y no genera mas molestia de lugar que el que la portátil ya tiene ganado en mi escritorio.
Tal vez con el tiempo (como debe ser) mis diarios en papel terminen en una fogata piadosa y una crisis energética o un virus o un destino cibernético acabe con mis pensamientos en la web. El destino final de todo diario personal es la nada. Escribimos para comprendernos a nosotros mismos y algún día, junto con nuestro final físico dejara de tener objeto esa búsqueda de entendimiento.
Pero en el mientras tanto el escribir es un ejercicio placentero, privado y poco sociable. No se necesita a nadie más para escribir. Si alguien lee después es otra historia. También es un placer (o un fastidio, depende de lo que se opine sobre lo que se lee) que se hace de a uno. Sin amontonamiento. Sin la bendita sociabilización múltiple.
No estoy en contra de conversar o debatir entre una, dos o hasta tres (!) personas, pero lo multitudinario me agota. La cantidad va contra la calidad. Lo exclusivo siempre es un poco mejor, forzosamente. Se destacan las virtudes y los defectos cuando el foco de luz se condensa y se centra en un solo lugar. Será vicio de artista. Me gustan las piezas únicas.
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