viernes, 29 de junio de 2012

 
 
 
     La idea original de este blog era reseñar la génesis y la concreción (ojalá) de RAGNARÖK. Paso a paso dejar testimonio del por qué, del como y el para qué de entablar la realización de una serie de obras que -soy consiente- difícilmente podré exponer al público.

     Pero como es lógico en mí, tiendo a ir muy lento en mi trabajo ya que mi vida “civil” (la que me da de comer y me hace lucir casi normal a vistas del mundo) me absorbe demasiadas horas y mi resistencia física ya no es la de antes. Y, para colmo, me disperso en mi multitud de intereses paralelos. En un intento de mantener la coherencia de mi proyecto inicial, me argumento que aunque actualmente muy poco refiero de RAGNARÖK en el blog, llegará el momento en que las obras y su razón empiecen a ocupar su debido lugar (reitero: ojalá!).
 
     Entretanto, voy “preparando el terreno” con un recuento de mi pasado como artista, de las obras que precedieron a las que hoy siento constituirán un punto de llegada (transitorio espero, si es que no me muero o me incineran por mera justicia poética). Básicamente, mi “antes” de La Santa Inquisición y sus secuelas.

     Uno es quien es, y en el caso de un artista plástico, es esencialmente sus obras. Podré renegar de cosas que hice en el pasado (que, de hecho, NO reniego, por eso las incluyo en este listado de existencia), pero cada obra ha sido un paso en una misma dirección, en el diseño de mi identidad final como artista.

     Para una autodidacta como yo (que no ha tenido más maestros reales que copiar las tapas del Dartagnan, El Tony e Intervalo), la práctica y la obcecación han sido los pilares de mi etapa de formación. Etapa que empezó a los diez o doce años (cuando por descarte decidí ser “artista” ya que no podía dejar de dibujar) y que sigue hasta el día de hoy con mis divertidos experimentos de mixturas y de intervenciones con fuego y agua sobre el papel. No se cuanto valor tenga mi trabajo. No sé tampoco como se mide el “valor” en una obra plástica. Supongo que, como todo, algo tiene que ver un buen publicista y una buena política de mercado. Pero en lo personal, mi trabajo (sé que suena cursi) es mi vida, el hilo conductor y el sostén de una existencia que probablemente hubiese terminado pronto y mal si no hubiese sido porque siempre había algún dibujo en el que estaba trabajando y que concentraba mi atención.

      Frente a la nada (o lo muy poco) alguna vez la posibilidad de crear lo significó todo. Y uno se acostumbra. Alguna vez otro pintor me dijo que el arte era un amante exigente y desagradecido. Yo no lo comparto. El arte es un amante amigable y leal, que consuela con paciencia, que reconforta con la seguridad de que más allá del hoy y del ahora hay un siempre, la perdurabilidad de la belleza y de la convicción de hacer lo que uno siente sólo porque sí. Como artista, uno puede crear y hacerlo sólo porque puede y quiere. Para nada, para nadie, pero sin pedir permiso ni rendir cuentas.

      Yo hoy puedo pintar sabiendo que no voy a poder exponer, que quizá nadie vea mi trabajo. Y de verdad no me importa. Porque el placer de hacer lo que quiero y con mis reglas es más que suficiente. Reafirma lo que soy. Independientemente de todo. Invencible.

     ¿Obras viejas? De lo primero que exhibí entre los dieciocho o diecinueve años. Mis Cristos Negros y unas mascaritas muy tranquilas. Al principio del blog, de cuando retrataba glorias del cine clásico para colgar en los bares, un retrato reflejo de Bogart.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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