Recién he podido estos últimos días volver a pintar en caballete. Estar parada por un largo rato con suficiente dominio de mi rodilla era algo que los pasados dos meses me estuvo vedado. No es que me sienta a pleno, pero un par de horas aguanto y algo voy haciendo.
Avancé un poco con Lilith. Estructuré toda la figura, logrando que impacte por su postura y por la luz, y creo que pude hacerla trasmitir la arrogancia lógica que debió tener la primera mujer de la creación. Impacta (puede que por el tamaño y por el color), pero da ese primer golpe visual. Voy lento pero vamos bien.
Y en medio de las borracheras navideñas he podido hacerme de unas cuantas viejas estampitas de la familia (que se me entregaron bajo condición de “no hagas ninguna herejía con ellas”, condición que la resaca me permite olvidar sin remordimientos) que han ido a parar a mi obra según el plan original.
Lamentablemente (o no, quién sabe) mi alma de coleccionista patológica me ha impedido romperlas y aplicarlas como fragmentos. Son antiguas y bonitas y lo mio no es destruir aun cuando se persiga una finalidad estética. Algunas muy viejas y pintorescas (uno que trae un rezo a los “lamentos” del purgatorio, otra que data de 1904) las guardé por su significancia histórica. Del resto separé las que representaban las figuras femeninas aprobadas por la iglesia católica: vírgenes, mártires y santas abnegadas.
A los pies de mi Lilith fueron a parar:
María entronada como reina
Más allá de cualquier interpretación que me atribuya meras ganas de molestar, cuando veo el efecto de mi figura femenina central, desnuda, luminosa, sin rostro pero llena de fuerza vital, las imágenes de las estampitas desperdigadas al pie se tornan (con todo respeto) en caricaturas.
La “madre” que la iglesia machista y misógina impuso durante siglos fue la de una mujer sufriente, apocada, sin finalidad en si misma más que ser el medio para crear a… un varón. Porque si salía hembra iba para puta o para santa mártir, no una persona valiosa en si misma, ya que –se ve- la femineidad es un estigma y fuera de la finalidad reproductiva las mujeres no servimos para mucho.
Mi Lilith es una figura para nada sufriente y que no está esperando milagros ni redenciones, una figura dispuesta a tomar las riendas y a ser y hacer con todo el poderío de su existencia. En lo personal si me dan a elegir un rol, el de Lilith o el de alguna de las damas de las estampitas, prefiero ser protagonista. Ya sé: lógica elección de atea.
La leyenda talmúdica dice que Dios en el principio creo hombre y mujer. Ya que los hermafroditas no han sido de existencia comprobada, se supone que hizo a un hombre y a una mujer, uno y uno. Los hizo iguales, de la misma materia prima (lo de la costilla es posterior). Esa primera mujer fue Lilith. Pero el hombre, Adán, ya con complejo de macho alfa, no aceptó la igualdad en el dominio de la tierra y pretendió someter a Lilith. Ella, como correspondía, lo mando de paseo y se fue dando un portazo. Pero como se ve que el dios judío es varón, simpatizó con Adán y le inventó una mujercita doméstica, sumisa y dependiente (esa sí, esa es la de la costilla de Adán: la de su exclusiva propiedad) y sobre las descendientes de Eva confeccionó después su colección de vírgenes y santas.
¿Qué fue de Lilith? Dicen que sedujo al propio creador y que éste le permitió gobernar el inframundo. Ella crea demonios y súcubos (otras señoritas que pueden engendrar demonios con el semen desperdiciado por caballeros descarriados). Lilith degeneró en el mal nocturno, en el sexo no procreativo, en las feministas y en el rock pesado. O eso entendí de googlear su nombre.
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