Las variaciones sobre un mismo
tema suele ser la constante en la composición artística. Uno tiene unos pocos intereses (u obsesiones, según se vea) y se pasa la
vida dando vueltas sobre ese eje.
“J’aimais les peintures idiotes, dessus de
portes, décors, toiles de saltimbanques, enseignes, enluminures populaires ; la
littérature démodée, latin d’église, livres érotiques sans orthographe, romans
de nos aïeules, contes de fées, petits livres de l’enfance, opéras vieux,
refrains niais, rythmes naïfs” reseña Rimbaud en la Alquimia del Verbo – (Me
gustaban las pinturas tontas, dinteles, decorados, telones de trapecistas,
emblemas, estampas populares; la literatura pasada de moda, el latín de
iglesia, libros eróticos sin ortografía, novelas de nuestras abuelas, cuentos
de hadas, libritos infantiles, viejas óperas, estribillos bobos, ritmos
ingenuos.)
Parafraseándolo (¡que sacrilegio!),
asumo que mi reiterativo universo se compone de viejos mapas, caligrafía del
siglo pasado, juegos de máscaras y Alicia y su mundo maravilloso y
visualmente iconográfico.
A mi primer amague de una Alicia estilizada y sin rostro…
...le ha seguido su entorno en papier maché,
con abundancia de conejos…
…y
falso libro alegórico con una versión en papel de diario de las ilustraciones
originales…
Así,
demorarme estos días en una versión extravagante de la Reina de Corazones es no
salirme de mi personal lógica de trabajo.
Por acá vamos:
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