“Nada”
sería el resumen perfecto. Hemos
apostado en los lugares equivocados, o se volvieron equivocados porque
apostamos, incondicionalmente, en ellos.
Finis terra será entonces ese punto, no importa si en el tiempo
o en el espacio, donde tomamos plena conciencia de la vida que venimos desperdiciando en lo que nunca valió la pena que le dedicáramos nuestra atención y
nuestra lealtad.
Irse
sigue siendo el fin de la cuestión y el principio del destino designado. Irse -no huir, porque no se huye, uno se retira
tras una elegante reverencia de despedida-, siempre se ha tratado de juntar
el coraje de irse. De una buena vez.
El camino a Finis Terra se inicia
yéndose, claro. Si nos quedamos en el
mismo lugar definitivamente no estamos yendo hacia ningún lado. Irse.
Me he pasado la vida amagando con
irme. Siempre a medio hacer las valijas,
siempre teniendo un pendiente a concluir antes de largarme. Siempre demorándome en naderías. Exceso de sentimentalismo, probablemente. Pero
entonces, imprevistamente, sin avisos ni fanfarrias, llega ese momento en que
resulta tan lógico y fácil cerrar la valija y pedir un taxi…
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