Las cosas se hacen de una manera, siempre
así, de esa misma manera. Como una
rutina. El “método”, ese que dicen determina el estilo característico del artista,
por el que habrá de reconocérselo alguna vez si logra perdurar en el tiempo.
Pero sucede que con frecuencia uno se
aburre (a veces muy seguido), y
entonces las cosas ya no se hacen de esa manera habitual. La rutina suele darnos el margen de seguridad
que implica el que previamente haya salido todo bien por ese camino. Pero, ¿quién no se aburre de la seguridad? ¿Quién no quiere, como Caperucita, por una vez adentrarse en el camino prohibido?
Mi manera, mi "método", es dibujar un primer boceto, quemarlo,
y si sobrevive decentemente al fuego, arrancar la obra oficialmente desde ahí.
Pero llega ese día fatal cuando uno no
quemó al principio, avanza bastante satisfactoriamente con el trabajo y, de pronto,
en ese momento inoportuno, surge la necesidad imperiosa de encender un fósforo. La obra pide, ¡exige! ser intervenida con
fuego. Y con agua, para apagarlo. Y si ya metimos pintura y tinta y pegoteo de
papeles, esa intervención propende irremediablemente al desastre. Pero Circus, contra toda prudencia, pedía fuego para continuar su composición…
Así, encendedor en mano, cumplimos el
requerimiento de la obra aunque el riesgo fuera perderla definitivamente.
Pero parece que de esta manera también se
puede hacer. Circus atravesó con
dignidad la intervención y ya nos deja continuar trabajando en ella.
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