Siempre
he tenido claro que mi asignatura pendiente es la escultura. Pero es una disciplina demasiado compleja,
que requiere conocimientos técnicos que
dificulto uno pueda aprender de la mera y empecinada práctica. Mi entusiasmo autodidacta ha sabido reconocer
el límite: las tres dimensiones.
Los
últimos años, con mis cachivaches de papel, he logrado algunas satisfacciones
jugando de modo inofensivo con sencillas estructuras 3D. Sé
que lo sensato sería buscar un taller y un maestro, e incursionar en esta
disciplina que toda la vida ha estado ahí, tentándome y desafiándome. Pero ya tengo demasiadas complicaciones en la
vida –en una y en la otra- que, me digo,
puedo vivir con ese pendiente. Y siempre
puedo compensarme con mis falsas esculturas de papel…
Casi como
queriendo justificarme ante mi misma, me propuse intentar esculpir una cabeza
con papel maché, algo clásico, de esas tareas que en un estudio formal debería
cumplir. Pero, seamos honestos: el
papel maché requiere también una estructura base hecha con la lógica de la
proporción y anticipando el diseño final.
Esa planificación no va conmigo, que soy de dejar que la obra se
autodetermine sobre la marcha. La
cartapesta es mi fetiche, que me permite estructurar sobre, literalmente, cualquier
cosa.
“Cualquier
cosa”, en mi planeta y como sostén de una cabeza de líneas clásicas, sería una caja
de pañuelos y una lata de cerveza:
...y una careta de plástico de esas que suelen rondar
por mi taller…
…y un infaltable rollo de cartón de papel de cocina…
Cartapesta y rollitos de servilleta y vamos dando
forma a la cabeza…
Agregamos una base de madera circular para dar peso y estabilidad, y un poco de porcelana fría –que se quebró- y enduído
plástico rebajado con cola -para rellenar los quiebres- y le damos más definición
a los rasgos…
Y muchos rollitos de papel de servilleta para
rellenar, dimensionar e ir dando una forma estética…
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