A lo primero que se acostumbra uno, cuando
decide tomarse esto del arte en serio, es a convivir con el fracaso. A fin
de mostrar la obra, se la postula a concursos y salones de distinta índole, más
o menos importantes, más o menos respetables.
Con lo que se juega seguro es que la obra no será seleccionada, que no
entre a la muestra, que ni la desenvuelvan para que el jurado le de un vistazo. La variable constante en la ecuación empieza
a ser que jamás nos cuelguen. Así,
nuestro inocente objetivo de mostrar nuestro trabajo se frustra muy
rápidamente. La vida real es así de real
y, puede, que así de cruel.
Un
artista independiente, autogestionado y lo suficientemente empecinado, con el
tiempo, insistencia y arreando a sus espaldas una variopinta colección de
rechazos, va aprendiendo a distinguir los recovecos por donde tiene alguna que
otra chance de entrar. Y corroboramos
que la única garantía 100% eficaz de cuelga es pagando de nuestro bolsillo el
espacio, (con el riesgo de que los que
cuelguen alrededor nuestro también hayan pagado y la calidad del entorno nos
haga añorar la digna decepción del rechazo).
Pero se sigue, y se postula, y se convive
con el rechazo, al que uno acaba no haciéndole mucho caso, y sigue y sigue... Se sigue y alguna vez nos aceptan, y otra nos
cuelga, y un día vemos que valoran favorablemente nuestro trabajo para seguir
de inmediato y sin solución de continuidad con media docena de estrepitosos
rechazos.
If you can meet with triumph
and disaster/ And treat those two imposters just the same… dice Kipling (Si
puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso, y tratar a esos dos impostores de la misma manera). Y uno acaba dándose
cuenta en la práctica que es así de simple.
La misma obra que hoy te premian mañana no pasa la preselección en un
certamen de muy discutible pedigrí.
¿Cuál es el problema? Da lo
mismo, que te seleccionen o no, aquí o allá, uno busca mostrar, compartir,
dejar que la obra circule. De la manera
que sea.
Durante muchos años sostuve convencida que me convenía más armar mi
curriculum citando los sitios donde me habían rechazado, que sería una
presentación más larga y más impactante por la variedad de referentes. Después concluí que debería incluir en mi
bitácora ambas incidencias, que si uno se sentaba a pensar al respecto por cinco minutos descubriría un
patrón reconocible de por dónde va la cosa.
Hay sitios que te rechazan y no podés objetar nada. Hay sitios que te seleccionan y te dejan tantas
dudas. Y hay convocatorias que son,
incuestionablemente, una falta de respeto hacia los artistas.
Tal vez hablo por despecho, ya que rechazaron
mi postulación, pero no puedo dejar de indignarme de la poco seria (por decir
lo menos) convocatoria para una bienal provincial con pretensión nacional. Producido el fallo e
informando los resultados, anuncian que se seleccionaron 22 de 280
postulaciones recibidas. Y que de las
aceptadas, 11 eran artistas locales.
Ergo, sobre el total de artistas que respondieron a la convocatoria a
nivel nacional sólo un 4% (11 artistas) fueron aceptados. ¿Tan poco espacio tienen para el
montaje? Fantástico, puede ser, cuando
no hay lugar no hay lugar, pero entonces ¿es necesaria la pretensión de hacer
un llamado nacional? Con tan poco
espacio –insisto, lo supongo de la
escueta selección- no organicen “bienales”, hagan un evento anual y duplican chances si la idea es acercar a una
provincia del centro del país a artistas de todos los extremos del territorio. Si se quiere integrar, dar un pantallazo a la creación contemporánea
argentina, dividan el llamado a artistas locales de los artistas
nacionales. O, al menos, avisen que así
son las cosas al momento de lanzar la convocatoria. El que avisa no traiciona
Claro,
que importa, si ahora las postulaciones son vía web, la obra no se mueve físicamente,
el artista sólo manda imágenes digitales.
Entre otras cosas (las ilusiones,
esa honesta necesidad de mostrar, de cotejar entre pares, de aprender en la
competencia justa) el tiempo del artista no tiene ningún valor para los
organizadores, curadores y jurados de estos eventos. Se lo
trate como se lo trate (siempre mal) el artista va a seguir viniendo, arreando
su obra, siempre dispuesto a intentarlo, a mostrar su trabajo sin pedir nada a
cambio, ni siquiera el debido respeto que cualquier persona merece.
Será la edad la que me hace cada vez menos
paciente con los organizadores y/o curadores y/o jurados que lo
único que realmente tienen para lucir ante el público general es el mal trato
generalizado a los artistas. Qué, también
es cierto, por esto de estar tan acostumbrados a los rechazos, terminamos siendo
víctima propiciatoria para cualquier cosa.
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