Estoy un poco ebria, pero en este caso muy
justificadamente. Pasé todo el día en la
oficina, lidiando con la histeria colectiva de personas que se creen el centro
del mundo y que dan por hecho que la única finalidad de mi existencia es
escuchar y, eventualmente, solucionar
sus irrisorios problemas. Mi espalda, maltratada
por la vida, ha tenido los últimos días un ataque de protagonismo reclamando su
rol de reina del drama, y si tomo analgésicos o desinflamatorios se me escabulle
la poca energía que me queda y aún tengo que terminar algunos diseños para un
evento que monto mañana y que debo coordinar el sábado. No hay margen de tiempo para ñañerías. Los medicamentos deben ser rechazados. Me aliento con un malbec. Y la vida resulta ser no tan ingrata.
Mientras retoco letras y acomodo detalles
puntillosos y tal vez innecesarios en máscaras venecianas, busco una carpeta
para acomodar unas matrices que diseñé ad hoc para trazar sobre espejos en el
salón a ambientar. En mi taller hay multitud
de cosas. Encuentro una carpeta y
desalojo lo acumulado para poder aplicarla
a mi necesidad actual. Y me
encuentro con un viejo intento de ex libris personal, nunca usado y en su
momento rechazado por absolutamente espantoso.
Será el alcohol, el cansancio, o la columna
que me late tironeándome el nervio ciático, que hoy encuentro muy simpático el fallido ex libris. Asume mi origen mitad argentino
(quinta generación por abuelo materno) y mi mitad ecuatoriana (chiquicienta
generación?, una prima, que se hizo el
mapeo genético, asegura que tenemos un 33% de sangre indígena originaria
americana). Está el gatito de Cheshire
versión propia porque somos alguien que está hasta que no está más aunque quede
esa sombra de sonrisa. Y el colorinche
tan mío. Farnellius primus Magno. Soy de esas que amaron en la universidad la
cátedra de derecho romano. ¡El latín no
debería estar muerto! Ni yo estar tan bebida a
estas horas un jueves. O sí, pero no debería estar
escribiendo esto...
No hay comentarios:
Publicar un comentario