lunes, 28 de octubre de 2019




Método creativo (AKA lógica farnelliana)
    
     “Un artista intenta que la gente se acerque a las cosas, ya que el arte tiene que ver con el hecho de compartir.  No se puede ser un artista si no se quiere compartir una experiencia, un pensamiento”.  David Hockney





     Inicio con el esbozo de una figura femenina, en una postura que implique movimiento, vibración y tensión.  ¿Por qué?  Porque no me gustan las posturas tradicionales, tímidas o recatadas.  Voy siempre por los extremos: o languidez o acción, lo que queda por el medio tiende a aburrirme demasiado pronto.

     La figura que será centro de la composición, hecha sobre papel blanco industrializado y trazado con grafito y lápices acuarelables, requiere un tratamiento que facilite la textura.  Iba a quemarlo antes de adherirlo a un papel artesanal de color pero me quedé sin fósforos y no pude encontrar ningún  encendedor  (tal vez deba empezar a sospechar que en esta casa se considera eventualmente peligrosa mi afición al fuego como interventor creativo…), así que hubo que improvisar.

         Tracé círculos que recorté para que el papel artesanal pudiera colarse a través del papel superior.  ¿Para?  Para que la textura de la superficie vaya mutando, con un patrón inicialmente razonable, a lo largo de toda la composición.  La pintura actúa distinto según el tipo de papel base, los colores reflejan distinto, la duda que se genera al espectador sobre si es o no es, la necesidad de acercamiento o de comprobar con el tacto, es un recurso para que la obra capte la atención y obligue, aunque sea por un instante, a que se la contemple con todos los sentidos alerta.










     Los bordes de los círculos los vuelvo a elevar con dimensional que después pinté con tinta dorada. ¿? Para un tercer plano, subir y bajar.  La idea de que la textura se dé también por distintos planos, distintos ángulos que lleven a que la visión de la obra cambie con el movimiento del espectador ante ella.  Si alguien está simplemente pasando por delante, con un vistazo fugaz, pueda ser atrapado por esa sensación de que hay algo raro, algo que requiere que se detenga y la mire otra vez.  Que la obra sea una trampa. 













     Y trazamos un mapa antiguo de América.  ¿La razón?  Múltiple, podría discursear un rato sobre todas las significancias que aporta la cartografía antigua.  Pero sería mentira.  Lo cierto es que aun retumba en mi cabeza el latiguillo que me repetían en mi infancia: “Los mapas no se pueden dibujar, se compran o se calcan, no-se-di-bu-jan.”  Acaté ese mandamiento injusto en la escuela, pero ya no tengo por qué hacerlo.  Sí dibujo mapas.  Cuándo quiero y cómo quiero.





















     Continuará...  (si no me distraigo con otra cosa, ya se sabe).






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