domingo, 10 de mayo de 2020




     Es oficial: me quedé sin papel.  En mi estado de desesperación absoluta debo aceptar que las librerías de artística no se consideran esenciales en una pandemia y que de momento no van a abrir sus puertas.  Ya me había quedado sin tinta y sin lacas dimensionales, pero podía resistir mientras pudiera dibujar.  La falta de papel me sumerge en el abismo.

 

     Decidida a trabajar del otro lado de obras fallidas o a medio hacer encontré el último vestigio de hoja en blanco: una canson escolar de pésima calidad.  No importa.  ¡Es papel! Y sobre tan mal soporte me lanzo a trabajar un rato en defensa de mi salud mental.

 

     Boceto una figura femenina con centro en las manos y me divierto un rato con las acuarelas para determinar luces y sobras.  Hasta ahí el papel -viejo, muy delgado, arrugado- se comporta de modo aceptable.

 













     Pero cuando damos intervención al fuego la fragilidad se patentiza.  La llama avanza desordenadamente y a excesiva velocidad y apenas mojar para controlar el quemado el agua se expande aun más rápido.    A punto del desastre abandonamos esa etapa y rogamos que cuando seque (lo que evidentemente se va a demorar) no arrugue y quiebre más y resista el pegado a otro soporte.















 

 

     Ante la necesidad de dar sostén recurro a un remanente de papel artesanal color donde habíamos alguna vez iniciado el trazado de un tablero de Juego de la Oca:





 

 



     Había leído por ahí que el origen del Juego de la Oca se remontaba a los Templarios, guardianes de los Lugares Santos, no sólo en Jerusalén, y de los caminos que conducían hasta éstos.  Así, el Juego de la Oca resultaría un mapa simbólico cifrado del Camino de Santiago donde se marcan los sitios de especial significancia para el peregrino, de modo que cualquier caballero de la orden templaria, independientemente de su idioma, pudiera entenderlo y llegar seguro a destino.  Esta teoría condice con los bellísimos tableros de juego que existen a lo largo del tiempo desde la Edad Media, algunos decorados con un detalle que lleva a desconfiar de un mero juego infantil.  Movida por la fascinación de esta historia había empezado a trabajar en uno pero, como siempre, me distraje en otra cosa.  La cuarentena y mi lamentable desabastecimiento de materiales me obliga a recuperarlo ahora antes de caer en una crisis histérica.  Digamos que los Caballeros Templarios han venido  a mi rescate.










     “Al loco se le reconoce enseguida.  Es un estúpido que no conoce los subterfugios.  El estúpido trata de demostrar su tesis, tienen una lógica, cojeante, pero lógica es.  En cambio, el loco no se preocupa por tener una lógica, avanza por cortocircuitos. Para él, todo demuestra todo. El loco tiene una idea fija, y todo lo que encuentra le sirve para confirmarla. Al loco se lo reconoce porque se salta a la torera la obligación de probar lo que se dice; porque siempre está dispuesto a recibir revelaciones. Y le parecerá extraño, tarde o temprano el loco saca a relucir a los templarios.”  Umberto Eco, El Péndulo de Foucault.














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