Es oficial: me
quedé sin papel. En mi estado de
desesperación absoluta debo aceptar que las librerías de artística no se
consideran esenciales en una pandemia y que de momento no van a abrir sus
puertas. Ya me había quedado sin tinta y
sin lacas dimensionales, pero podía resistir mientras pudiera dibujar. La falta de papel me sumerge en el abismo.
Decidida a
trabajar del otro lado de obras fallidas o a medio hacer encontré el último
vestigio de hoja en blanco: una canson escolar de pésima calidad. No importa.
¡Es papel! Y sobre tan mal soporte me lanzo a trabajar un rato en
defensa de mi salud mental.
Boceto una
figura femenina con centro en las manos y me divierto un rato con las acuarelas
para determinar luces y sobras. Hasta
ahí el papel -viejo, muy delgado, arrugado- se comporta de modo
aceptable.
Pero cuando damos
intervención al fuego la fragilidad se patentiza. La llama avanza desordenadamente y a excesiva
velocidad y apenas mojar para controlar el quemado el agua se expande aun más
rápido. A punto del desastre abandonamos esa etapa y
rogamos que cuando seque (lo que evidentemente se va a demorar) no
arrugue y quiebre más y resista el pegado a otro soporte.
Ante la necesidad de dar sostén recurro a un remanente de papel artesanal color donde habíamos alguna vez iniciado el trazado de un tablero de Juego de la Oca:
Había leído por
ahí que el origen del Juego de la Oca se remontaba a los Templarios, guardianes
de los Lugares Santos, no sólo en Jerusalén, y de los caminos que conducían
hasta éstos. Así, el Juego de la Oca resultaría
un mapa simbólico cifrado del Camino de Santiago donde se marcan los sitios de
especial significancia para el peregrino, de modo que cualquier caballero de la
orden templaria, independientemente de su idioma, pudiera entenderlo y llegar seguro
a destino. Esta teoría condice con los
bellísimos tableros de juego que existen a lo largo del tiempo desde la Edad
Media, algunos decorados con un detalle que lleva a desconfiar de un mero juego
infantil. Movida por la fascinación de
esta historia había empezado a trabajar en uno pero, como siempre, me distraje
en otra cosa. La cuarentena y mi
lamentable desabastecimiento de materiales me obliga a recuperarlo ahora antes
de caer en una crisis histérica. Digamos
que los Caballeros Templarios han venido a mi rescate.
“Al loco se le
reconoce enseguida. Es un estúpido que
no conoce los subterfugios. El estúpido
trata de demostrar su tesis, tienen una lógica, cojeante, pero lógica es. En cambio, el loco no se preocupa por tener
una lógica, avanza por cortocircuitos. Para él, todo demuestra todo. El loco
tiene una idea fija, y todo lo que encuentra le sirve para confirmarla. Al loco
se lo reconoce porque se salta a la torera la obligación de probar lo que se
dice; porque siempre está dispuesto a recibir revelaciones. Y le parecerá
extraño, tarde o temprano el loco saca a relucir a los templarios.” Umberto Eco, El Péndulo de Foucault.
No hay comentarios:
Publicar un comentario