miércoles, 20 de mayo de 2020




     La cuarentena infinita mutila el ánimo.  No es que quiera salir (el forzado encierro agrava mi natural ermitañez), pero no hay forma de evitar que la paranoia colectiva se nos filtre por la piel.  Con estos días demasiado benignos para ser otoño intento pintar en caballete al aire libre.  Pero no puedo entrar en ritmo, no me concentro y acabo sin saber que estoy haciendo.  Las obras en las que debería trabajar en serio me superan y me veo obligada al abandono.













 

     Me refugio en la cocina  buscando el consuelo de un mate y termino jugando con rollos de cartón.  Eso logra cambiarme el ánimo.  Y así dejo de pensar en pestes y mi cabeza se concentra en disimular  el diseño tubular de  Julian






































































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