Vida
real de artista – Día 11, cuenta
regresiva o teoría del caos
Demasiado qué hacer y no hay estrategia
racional que funcione. Entramos en modo
caos absoluto. La gráfica me entregó las
impresiones encargadas, pero los trípticos hay que recortarlos y plegarlos,
igual que las etiquetas para identificar las obras, así que en los baches
libres entre una cosa y otra andamos con la tijera haciendo tareas que debiera
hacer alguien más pero, como no hay nadie más, tenemos que hacer también.
Las carpetas quedaron bonitas, pero aun no
he podido armar el material de prensa que voy a meter adentro. Necesito cinco minutos libres, solo
cinco. Y un rato después para llevar a
imprimir. Y otro para armar. Y otro para seleccionar destinatarios. Y otro para respirar y seguir.
Todavía estoy embalando o, mejor dicho,
todavía estoy dando vueltas tratando de embalar esas obras frágiles y llenas de
puntas que son, a vista de cualquiera, imposibles de embalar. Pero insisto y desperdicio tiempo y crisis
nerviosas en esa tarea irrealizable sólo para aumentar la presión.
Obtuve los pasajes para cruzar el Río de
la Plata y me anoticio de todo el tramiterío extra que toca esta vez por mérito
de la peste. Un testeo 72 horas antes de
cruzar, más dos declaraciones juradas, más un nuevo testeo de confirmación a
los 7 días del primero y otro testeo antes de poder pegar la vuelta. Todo a costa de nuestro bolsillo. A la lista de gastos extras. Nuevas tareas pendientes: averiguar donde
hacer esas cosas, sacar los turno, verificar que den las fechas. Post data: bajar aplicaciones al celular para
el código QR de la vacuna pero, por las dudas, por falta de señal, llevar el
cartoncito en lugar seguro. Chequear las
fechas, la última que no exceda los 6 meses.
Corroborar que la vacuna recibida es aceptada en el país vecino. Voy a gritar.
Tengo inconclusos los avisos de
exportación de los Arlequines y de las Bandejas
Enmascaradas, que pese a ser catalogables como “artesanías” (papel y
cartón de descarte, basura en mi idioma, todo bastante perecedero en la
humedad, nada destinado a la posteridad) al final y por las dudas de
conflictos en la Aduana opté por catalogarlos generosamente como “obras de
arte” y hacer los permisos también.
Pero no salen. Acabo de mandar un
“pronto despacho” a esos tres expedientes, supongo que al solo efecto de
ganarme el odio irracional del empleado que los lleva. Que se le va a hacer, total, el caos propende
al caos y al entorpecimiento burocrático.
¿Qué más?
No he conseguido el contacto para el alquiler de los atriles y pies de
esculturas allá, sigo al aguardo de que el organizador general me mande un
contacto (pero él está tan enredado como yo en coordinar infinitas variables).
También tengo pendiente el tema de mi hospedaje, las luces y las telas para la
puesta y conseguir un ratito para hacer algo con mi pelo que tras el salvajismo
de un encierro interminable requiere asistencia de un peluquero para estar
presentable en un evento donde acompañaré en persona a mi obra. Este lamentable estado de cabello sin
mantenimiento por más de un año es inadmisible.
Quisiera cumplir con la lógica de las cuentas regresivas e ir tachando
de mi lista de pendientes, pero estoy atascada y lo que queda por hacer no
avanza hacia ningún lado.
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