Primeros
avances. Avances hacia arriba, porque
tengo que subir capa por capa para afianzar el endeble papel de servilleta que
pegué sobre el cartón entelado alguna vez pintado al óleo. ¿Ya dejé sentado que es un disparate usar servilletas
de papel como base para una de mis mixturas?
Lo reitero con fervor.
Quiero
trazar un ángel con tinta, pero la lapicera rasga y levanta la servilleta, por
lo que empasto con acrílico blanco en un intento de fijar la base. Pero el acrílico me seca la punta de la
lapicera y la tinta en gel no baja. Me
enfurezco, insisto irracionalmente y me quedo sin lapiceras de tinta blanca que
funcionen. Cinco arruiné. En vez de retornar a la sensatez y la calma caigo
en una lapicera amarilla fluo que detesto y que no uso nunca y que,
precisamente por eso, aun funciona.
Arruino el ángel. Mañana compraré
nuevas lapiceras blancas.
Me
entretengo en la parte alta del fondo, le doy contorno a los lunares, que
alegremente se despegan también. Por
alguna razón creo buena idea ponerle esmalte de uñas a los lunares para, con el
peso, adherirlos al soporte. Otra idea
estúpida. El papel se encapsula y me
mira diciendo “-¿Cuánto tiempo pensás que pasará antes de que me quiebre y me salte?-“ Que día tengo…
Me calmo
los nervios con el turbante. Trazar
lentejuelas pequeñitas me sosiega más que el valium. En un exceso de optimismo creo que puedo
salvar este absurdo de las servilletas de base.
Mañana será otro día.
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