Decidida a incluir un sello postal
conmemorativo de Bioy Casares, y no contando con ninguno en mi colección
personal, hurgando en la web me llevo la sorpresa de no encontrar ninguno. Del rastreo de sellos conmemorativos de
escritores argentinos del Correo Oficial surgen varios de Borges (insuficientes
para su dimensión de monstruo), un par de Victoria Ocampo (indignante
la intencionada indiferencia de raíz política) y ninguno de Bioy Casares,
ni siquiera el año en que España lo honra con el Premio Cervantes,
poco antes de morir. Me cuesta creerlo,
prefiero atribuirlo a que no he sabido buscar, no es posible que la empresa estatal
de correos del país no homenajeara jamás a su referente más destacado de la
literatura fantástica.
Pero lo real es que no encontré nada. Lo cual, por cierto, fuera de hacerme enojar
(mucho) no modificó mis planes.
Así que siguiendo una estética habitual en los sellos conmemorativos
hice el retrato de Bioy sobre el
mapa que ilustraba la portada de la primea edición de La Invención de
Morel, ilustración que hiciera entonces la mismísima Norah Borges. Su firma pequeñita “Norah”
puede verse en la tapa y la replico en mi falsa estampilla. Le agrego un valor incompatible a cualquier
época, su nombre y su natalicio, y tengo el sello inexistente que estaba
buscando y que debería existir.
Enredada en
el tema filatélico en mi infructuosa búsqueda, recuperé el Boletín Filatélico alusivo a un
sello conmemorativo de Borges pero de una empresa de correos privada, OCA,
por el centenario de su nacimiento.
Y el laberinto de la tapa me pareció ideal para sumarlo a mi juego.
Un farol de la Avenida de Mayo, tomado de fotos de la década del 30, entrecruza mi falso sello de Bioy para recalcar su predominante esencia porteña. Y por asociación de ideas recordé que el trío protagonista de mi composición -Borges, Bioy y Victoria- fueron parte del Grupo Florida, sociedad de escritores y artistas que recibió ese nombre por reunirse en la confitería Richmond, sobre calle Florida.
Llegué a concurrir algunas veces a la Richmond, que conservaba su esplendor de época, antes
de que las eternas pendientes económicas del país la cerraran definitivamente. Aunque intentaron conservar la fachada, hoy
es una tienda de ropa deportiva a la que me niego a entrar por miedo a romper en llanto. Mi
inconsciente traicionero me canturrea “Los fantasmas del Roxy” y
me quedo con esta desagdable sensación de falta de respeto que ha demostrado la Argentina
con demasiada frecuencia hacia los fantasmas de la Richmond…
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