viernes, 2 de agosto de 2024

 

 

          Decidida a incluir un sello postal conmemorativo de Bioy Casares, y no contando con ninguno en mi colección personal, hurgando en la web me llevo la sorpresa de no encontrar ninguno.  Del rastreo de sellos conmemorativos de escritores argentinos del Correo Oficial surgen varios de Borges (insuficientes para su dimensión de monstruo), un par de Victoria Ocampo (indignante la intencionada indiferencia de raíz política) y ninguno de Bioy Casares, ni siquiera el año en que España lo honra con el Premio Cervantes, poco antes de morir.  Me cuesta creerlo, prefiero atribuirlo a que no he sabido buscar, no es posible que la empresa estatal de correos del país no homenajeara jamás a su referente más destacado de la literatura fantástica.

       Pero lo real es que no encontré nada.  Lo cual, por cierto, fuera de hacerme enojar (mucho) no modificó mis planes.   Así que siguiendo una estética habitual en los sellos conmemorativos hice  el retrato de Bioy sobre el mapa que ilustraba la portada de la primea edición de La Invención de Morel, ilustración que hiciera entonces la mismísima Norah Borges.  Su firma pequeñita “Norah” puede verse en la tapa y la replico en mi falsa estampilla.  Le agrego un valor incompatible a cualquier época, su nombre y su natalicio, y tengo el sello inexistente que estaba buscando y que debería existir.






 





 








     Enredada en el tema filatélico en mi infructuosa búsqueda, recuperé el Boletín Filatélico alusivo a un sello conmemorativo de Borges pero de una empresa de correos privada, OCA, por el centenario de su nacimiento.  Y el laberinto de la tapa me pareció ideal para sumarlo a mi juego.




























 

     Un farol de la Avenida de Mayo, tomado de fotos de la década del 30, entrecruza mi falso sello de Bioy para recalcar su predominante esencia porteña.  Y por asociación de ideas recordé que el trío protagonista de mi composición -Borges, Bioy y Victoria- fueron parte del Grupo Florida, sociedad de escritores y artistas que recibió ese nombre por reunirse en la confitería Richmond, sobre calle Florida.  

















     Llegué a concurrir algunas veces a la Richmond, que conservaba su esplendor de época, antes de que las eternas pendientes económicas del país la cerraran definitivamente.  Aunque intentaron conservar la fachada, hoy es una tienda de ropa deportiva a la que me niego a entrar por miedo a romper en llanto. Mi inconsciente traicionero me canturrea “Los fantasmas del Roxy” y me quedo con esta desagdable sensación de falta de respeto que ha demostrado la Argentina con demasiada frecuencia hacia los fantasmas de la Richmond

 










No hay comentarios:

Publicar un comentario