sábado, 24 de agosto de 2024

 


El poeta

A veces en las tardes una cara

Nos mira desde el fondo de un espejo;

El arte debe ser como ese espejo

Que nos revela nuestra propia cara.

J.L.B.

En un libro de 1926, El tamaño de mi esperanza, que Borges intentó borrar del mapa editorial en vano, se recoge una opinión (“toda literatura es autobiográfica, finalmente. Todo es poético en cuanto nos confiesa un destino, en cuanto nos da una vislumbre de él”) aplicable sobre todo a la poesía lírica, porque es en ella donde este destino suele mantenerse “bosquejado siempre por símbolos que se avienen con su idiosincrasia y que nos permiten rastrearlo”. He aquí una concepción de la poesía como confidencia, expresión de un alma o un carácter, testamento de lo más íntimo, que le acompañaría toda su vida.

Silvia Rins, El penúltimo infierno de Borges






 

 

     En el aniversario 125 del natalicio de Borges inicio el bosquejo de “El Poeta”, esperando que las confluencias mágicas procedan como inspiración y pueda plasmar en mi trabajo todo el cariño y la profunda admiración que siento por un escritor que me ha acompañado casi toda mi vida, como un mentor tácito y silente de mi visión del mundo.  Feliz cumpleaños, maestro.


     Parto de un retrato fragmentado, clásico, aunque no he podido precisar el autor de la fotografía original para su debido reconocimiento.  Me encanta ese retrato que evoca la multiplicidad de los espejos, lo replico y dejo que fuego recorte excedentes y horade a su ígneo capricho.




























 
 

    Y ahora a resumir lo autobiográfico de la poesía, con sus talismanes constantes: los tigres, la rosa, la tarde, la espada, la luna...



“Convencido de que las metáforas importantes no eran las de los juegos de prestidigitación o pirotecnia verbal que explotaron las vanguardias, sino las esenciales y universales, prestas a despertar emociones profundas, se apropia de las fundamentales de la tradición (el tiempo como río, la vida o la muerte como sueño); otras perfilan un sistema coherente y obsesivo de símbolos, en persistente movimiento y en evolución significativa a lo largo de su obra, que conforman su versión íntima del mundo: el Tigre es un arquetipo de tigre (el tigre de fuego de Blake, el de Hugo, el de Shere Kan), el tigre de sangre caliente de Sumatra o de Bengala, el que no nació bisonte, león o pantera: el que no está en el verso; las tardes que fueron y serán, son una sola; la rosa es la rosa invisible de Milton, una rosa amarilla, la rosa profunda: todas las rosas que dejan de ser la rosa y quieren ser la Rosa; la espada está en todas las espadas con nombre: Gram, Durendal, Joyeuse, Excalibur; La luna es las lunas de las noches compartidas (la luna de Diana y de Ariosto, la luna de Quevedo y la de Hugo): la palabra luna.” 

Silvia Rins, El penúltimo infierno de Borges








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