viernes, 19 de abril de 2013




     "Al parecer no podemos pasarnos sin enemigos. La figura del enemigo no puede ser abolida por los procesos de civilización. La necesidad es connatural también al hombre manso y amigo de la paz. Sencillamente, en estos casos, se desplaza la imagen del enemigo de un objeto humano a una fuerza natural o social que de alguna forma nos amenaza y que debe ser doblegada, ya sea la explotación capitalista, la contaminación ambiental o el hambre en el Tercer Mundo. Ahora bien, aun siendo estos casos virtuosos, como nos recuerda Brecht, también el odio hacia la injusticia desencaja el rostro. Así pues, ¿la ética es impotente ante la necesidad ancestral de tener enemigos? Yo diría que la instancia ética sobreviene no cuando fingimos que no hay enemigos, sino cuando se intenta entenderlos, ponerse en su lugar. (…) Pero seamos realistas. Estas formas de comprensión del enemigo son propias de los poetas, de los santos y de los traidores. Nuestras pulsiones más profundas son de un orden muy diferente.”


 Umberto Eco, Construir al enemigo Random House Mondadori S.A. Uruguay 2013 pág. 34/35 





    Será verdad, será que sólo nos reconocemos cuando nos diferenciamos visceralmente de ese otro que no nos gusta. Pero cuando eso se aplica a nivel de un país y los gobernantes se entretienen en dividirnos en ellos y "los otros", uno piensa que nos sólo es poco razonable sino que es abiertamente peligroso. Cada vez nos dividen más. ¿Qué pasa después? Ya construyeron al "enemigo" irreconciliable (para un bando y para el otro). ¿Y después qué? Todo o nada, uno gana y el otro pierde. Es absurdo. Uno se indigna, vocifera contra esta barbarie cada vez más tosca. Pero, al final, lo que uno siente es tristeza. Profunda tristeza. ¿Cómo nos permitimos llegar a esto?





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