martes, 9 de abril de 2013

     “El tiempo ya no destruye, la eternidad parece soportable. La afición artística es el único y verdadero instinto de conservación. Yo lo tengo, por eso me paso este simulacro de existencia viajando de aquí para allá en busca de un icono olvidado en una ermita búlgara o para escuchar un aria de Cecilia Bartola. Aunque, para serte sincero, el arte actual cada vez me ayuda menos. Un tiburón conservado en un tanque de formol o una instalación de trapos de cocina rematados por una escoba… en fin, la cosa se va poniendo realmente más difícil.” 

 Fernando Savater, Los invitados de la princesa, Grupo Editorial Planeta SAIC Buenos Aires 2012, pág. 301.









    Hace muchísimo tiempo, cuando éramos tan impunemente jóvenes, fijamos nuestras antagónicas posturas artísticas. El dijo, con esa contundente arrogancia que le daba su talento, que no era necesario ser “bueno”, que no existen parámetros reales para diferenciar lo que es arte de lo que no lo es, y que todo se trata al final de lograr una buena venta publicitaria. Era capaz de decir -sin sonrojarse- que él no sabía si Miguel Ángel era tan genial, pero había tenido al mejor publicista de su época: el papa, que venía a ser como que te vendiera el mismísimo dios, ¿quién no va a comprar? 

      Yo, por mi parte, más tímida que ahora y definitivamente insegura, necesitando una “diferencia” que me justificara la existencia, pretendiendo convencerme de que la ausencia de talento puede suplirse con pasión y convicción, quería matarlo por sus sacrílegas palabras. Había que ser bueno, muy bueno, aunque nadie se diera cuenta. El compromiso es personal y la eventual aprobación del otro es indiferente. 

      Yo decía que era sólo cuestión de uno, que nosotros mismos nos debíamos la verdad. Él decía que lo único que contaba era que los demás dijeran que eras bueno y te pagaran como tal. Si realmente lo eras resultaba una mera anécdota intrascendente. 

      Pasaron los años. Yo me empeciné en ser artista y seguí –sigo- en mi obstinación mientras que para ganarme la vida fui aceptando hacer otras cosas también. Dividí mi vida en dos a costa de mi salud mental. El abandonó el arte y se dedicó a la publicidad, donde ese talento que siempre ha tenido en demasía le ha permitido destacar y hacer dinero. Tiene una única vida que es exactamente la que quería. Hoy cuando sale el tema siempre me recuerda que ganó la discusión. Ni siquiera tuvo que esforzarse personalmente para obtener la prueba de su victoria, le basta con susurrarme “Hirst” y yo tengo que guarda silencio y reconocer mi derrota.




 


     A esta altura del partido, poco importa haber escogido el bando perdedor. Es lo que hay y es lo que somos. Los errores te marcan el destino y es posible que hasta te guste bastante esa vida (equivocada). “Podrías haber sido…” tantas cosas. ¿De qué sirve perder tiempo en especulaciones de lo que pudo haber sido si tal o cual cosa? No fue. Yo elegí –convencida- y esa elección me marcó el camino. El eligió por su lado y ahí lo ves (fantástico). Suelo decirle que podría haber sido el mejor dibujante del planeta, que probablemente de hecho lo sea, pero él sonríe burlón y sé que no le importa nada. Es cierto: seguimos siendo lo que siempre fuimos. Más viejos, más cansados, más cínicos. Pero seguimos siendo la misma gente.








 

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